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jueves, 28 de febrero de 2013

"Esta noche me emborracho" de E. S. Discépolo


La letra del tango "Esta anoche me emborracho" nació con una visita de Enrique Discépolo a la provincia de Córdoba, cuando fue a ver a un amigo que residía en una estación de tuberculosos. Su amigo estaba enfermo y sin embargo, no hacía nada para curarse.  Un matrimonio vecino, también tuberculoso, trataba de ocultar su condición de tal, inclusive entre ellos. Esa idea de aturdimiento, de pensar en esos males que no tienen remedio prendió la semilla de la letra. Esta circunstancia, demasiado tétrica, tampoco  era tema para desarrollar en un tango. Más adelante, en la ciudad, le fue dando forma manteniendo esa sensación de dolor inapelable. Pensó  en el paso del tiempo, en  la mujer que ha sido joven y bella y el espectáculo triste de la belleza que se va, al igual que la salud. Sintió ahí el grito del tango, ese “aturdimiento” y el efecto del alcohol. Toma la historia de un amigo que abandonó todo, absolutamente todo,  por un amor nacido en un cabaret y la cuenta como vivida en primera persona. Con el silbido de su melodía le pide a Hortensia Torterolo que la pase al pentagrama.  Al principio nadie la quería cantar, costó que alguien se animara y eso fue considerado como un mal presagio. Luego, Azucena Maizani, corista de una revista musical que en ese entonces (1928) presentaba el Teatro Maipo, aceptó cantarla luego de la función.  Desde allí no paró de sonar este triste tango hasta nuestros días, hasta en "Collar de perlas" sonó en la voz de Fugazot, acompañado por el piano de Demare.

martes, 26 de febrero de 2013

EDUARDO SACHERI


Eduardo Sacheri, nació en 1967 en Buenos Aires, es licenciado en historia y escribe cuentos y novelas.
Alejandro Apo lo hizo conocido a través de la lectura de sus cuentos en el programa de radio "Todo con afecto". "Esperándolo a Tito" fue el primer cuento que leyó Apo y el título del primer libro de Sacheri.
La novela "La pregunta de sus ojos" fue llevada al cine por Juan José Campanella bajo el nombre de "El secreto de sus ojos" y ganó el Oscar a la mejor película extranjera en 2010.  Ir a descargar

domingo, 24 de febrero de 2013

MAX AGUIRRE EN LA PLATA


Federico Reggiani y Max Aguirre
Anoche, sábado 23 de febrero de 2013 estuvimos en la presentación del dibujante e historietista Max Aguirre en "Crumb, almacén de historietas y afines".
Lo acompañó su amigo Federico  Reggiani con el que hicieron un repaso por la carrera de Max como dibujante: el libro sobre Zitarrosa, sus historietas "JIm, Jam y el otro" y "Alina y Aroldo". Firmó ejemplares suyos (y de otros, ya que según Federico está firmando mucho libros de Tolstoi y Dostoievski).
Prometían cantar unos tangos como broche final, pero la aparición de una vecina que se quejó de los
sentados en la vereda de Crumbs
 ruidos molestos impidió un final de fiesta al 2 por 4.
Abrazos para Max y Federico, felicitaciones y .los esperamos en la radio (y en la pàrrilla después) cuando tengan ganas.
(Agrademos las fotos a Carolina Marinkeff)
Los corresponsales de Collar



jueves, 21 de febrero de 2013

Callate gordo" por Eduardo Sacheri

La cancha del Rayo Vallecano tiene un aire a la de Argentinos Juniors. Está en un barrio, lejos del centro de Madrid, y las calles aledañas son tranquilas. Además, tiene tribunas sólo en tres lados de la cancha. Siguiendo con la comparación con la cancha del Bicho, en lugar de la calle San Blas y sus árboles lo que hay es un paredón y un edificio, y la gente se asoma a los balcones a mirar el partido. Y en eso se parece a la de Ferro. Qué cosa, eso de que uno siempre compara con lo que conoce.

Desde el centro de Madrid se llega en subte. Como quien va desde Plaza de Mayo hasta Caballito, estación más, estación menos. Subo las escaleras tratando de acostumbrarme a los ruidos, a los olores. No son los míos, claro. Faltan las humaredas de los puestos de choripán y el ruido de los bombos. Sin embargo, hay mucha gente en los alrededores del estadio. Toman cerveza en un par de bares y kioscos que están en la vereda de enfrente. Están llenos de gente, y eso me llama la atención, porque en la Argentina, para evitar los robos, los negocios cierran las rejas y atienden a través de ellas. Pero ahí, no. Entro a comprar una Coca de medio litro, para ver el asunto más de cerca. Me cuesta un euro, es decir, seis mangos. Bastante mejor que los quince que te cobran por un vaso de gaseosa adulterada en las canchas nuestras. 

El Rayo juega contra el Real Madrid, y me cruzo con hinchas de los dos equipos. La proporción de camisetas es, más o menos, nueve del Rayo por cada una del Real. Van y vienen, despreocupados, alrededor de la cancha, mezclados, sin agredirse ni nada. 

Me quedo quieto un rato para apurar la Coca, porque supongo que me harán tirar la botella antes de entrar, en el cacheo. A mi lado hay una señora mayor, de unos setenta años. Trajecito sastre, zapatos de taco, cartera haciendo juego. Combato mi timidez y le pregunto si va a ver el partido y me dice que sí, que no falta nunca. Y mirando con un poco más de atención, veo que hay mucha gente mayor, diseminada por ahí, esperando para entrar. Evidentemente, ir a la cancha no es un entretenimiento de riesgo, destinado especialmente a la gente joven apta para los apretujones, las corridas y los empellones de la Guardia de Infantería. A la cancha del Rayo va cualquiera. Incluso un adolescente japonés que llega, colgada del cuello, una cámara fotográfica con un teleobjetivo de treinta centímetros, que debe costar una fortuna equivalente a los alimentos necesarios para paliar el hambre mundial por varios meses. Me siento un poco tonto, yo que dejé el anillo de casado y el reloj en el hotel, por miedo a los choreos. 

En la puerta de acceso me aguarda otra sorpresa. No hay cacheo. Una señora mayor me corta el talón de la entrada y me pide, eso sí, que deje el tapón de la gaseosa en un cesto de basura. Me excuso y me dispongo a apurar lo que me queda de líquido y me explica que no hace falta. Insiste con que simplemente le quite la tapa, que con eso es suficiente. 

Subo las escaleras hasta la platea alta. Qué cosa. Eso de subir los escalones grises de cemento y, de repente, toparse con el verde furioso de una cancha de fútbol que refulge con el último sol de la tarde. Eso es igual de lindo en cualquier cancha, en cualquier país del mundo, me parece. 

Fila cinco, asiento cuatro. Ahí me voy, ahí me encuentro, ahí me siento. En la popular, en cambio, la gente espera el partido de pie, sin hacer caso de las butacas. Tuve un largo debate íntimo, antes de sacar la entrada, el día anterior, sobre si sacar una popular o una platea. 40 euros la popu. 60, 75 y 80, las plateas. Descartadas rápidamente las más caras, hago la conversión correspondiente. 240 mangos la popu, 360 la platea alta. Me dije que muy pocas veces en la vida –tal vez nunca más– iba a tener la chance de ver un partido de fútbol en Europa. En un rapto de inconsciencia compré la platea. Puesto a elegir entre ver el calor de la hinchada, “los ultras” como les dicen allá, y ver mejor a esas superestrellas del Real, opté por la segunda opción. Estoy viejo, supongo.

Ahora, ya sentado en mi butaca, y resignados mis trescientos sesenta mangos, presto atención a los cantos. En general son más “recitados” que cantos. Sueltan una frase, hacen palmas, sueltan otra, palmas otra vez, para llevar el ritmo. De repente, me emociono al reconocer un cantito argentino. Es ese con música de Sergio Denis, cuyo estribillo dice algo así como “hoy querida mía, hagamos el amor con alegría”, y que es un hit perpetuo de las canchas nuestras. “Te quiero tanto”, se llama la canción. En Vallecas, la cantan con un “Vamos, Rayo, vamos, ustedes pongan huevos, que ganamos”, etc. Y yo no puedo evitar cierto orgullo argentino por nuestra influencia en la lírica mundial.

Los dos equipos hacen el calentamiento previo sobre el césped, media cancha para cada uno. Mensaje de texto de mi hijo, pidiéndome que le saque fotos a Cristiano Ronaldo. Como mi teléfono celular es de la época de la guerra de Troya, por más que enfoco y aplico el zoom, obtengo una imagen pésima, borrosa, en el fondo de la cual hay una manchita con dos piernas. Una pena, esta tecnología. Me vendría bien una cámara como la del japonés de más temprano, me lamento.

Cuando los jugadores del Madrid se encaminan al túnel para cambiarse, algunos hinchas del Rayo se aproximan a gritarles un poco. Pero no hay manga, ni alambrado, ni escudos policiales. Un par de gritos y listo.

Los equipos salen juntos para el partido. De nuevo los del Rayo cantan la de Sergio Denis. Alzo el cogote para mirar alrededor. Casi toda la gente que me rodea tiene camisetas o bufandas del Rayo Vallecano. La voz del estadio recita las formaciones. Silbidos para los del Madrid, acentuados cuando lo nombran a Mourinho. Dos palmadas cortas y rítmicas después de cada apellido de los locales. Di María es titular e Higuain va de suplente. El Chori Domínguez juega de arranque con los de Vallecas. 

El partido empieza parejo, y yo opto de inmediato, a la hora de aplaudir, por el Rayo. Un poco por esta tendencia que uno tiene por simpatizar con el más débil. Y otro poco para llevarle la contra a mi hijo, con quien empezamos una fuerte polémica a través de los mensajes de texto. El Chori distribuye juego en el mediocampo. Pone un par de pases profundos para un delantero alto, jovencito, con pinta de rústico. Alonso está bien plantado de cinco en el Madrid. Cristiano espera bien pegado a la raya, apenas más allá de la línea del mediocampo. En un par de piques, lo deja pagando al marcador de punta. Mala señal, me digo, porque ya estoy convertido en un hincha del Rayo. Me reprendo por semejante toma de partido. Debería estar preocupado por Independiente, que no levanta cabeza y que viene de empatar con Quilmes. De hecho, seguiré preocupado por el Rojo, pero encima le sumo la preocupación inútil de que, con Di María, Cristiano se hace un picnic con el 4 y con el 2.

Dicho y hecho. A los quince minutos, Ronaldo manda un pase profundo por la banda izquierda, desborde de Di María frente al marcador de punta que queda con las piernas hechas una trenza, Benzema la toca a la red y uno a cero.

Tengo un sobresalto cuando el gordo que está sentado a mi derecha salta de su butaca y festeja el gol del Madrid. Lo grita y se abraza con su vecino. “Callate, gordo”, me digo para mis adentros. A ver si la cosa se pone brava y termino cobrando. Pero no pasa nada. Más allá, otro grupito festeja. Unas filas arriba, otros más. La gente del Rayo ni mosquea. Sacude la cabeza, sí, contrariada. Mi vecino de la izquierda se queja de lo lento que es el marcador de punta. Coincido con él, un poco porque sí y un poco para que advierta, por mi lamento, que no tengo nada que ver con el gordo que le acaba de festejar el gol en la cara. Que nunca está de más ser precavido, me digo. No tardo en recibir las burlas de mi hijo, que me gasta desde casa, en nuestro perpetuo conflicto Real Madrid–Barcelona. 

El Rayo busca el empate. El Chori conduce. ¿Es impresión mía, o aún este equipo modesto y pequeñito de las afueras de Madrid intenta jugar con la pelota contra el piso y buscando a un compañero? Lo comparo con el dolor de ojos que me provoca, en general, el fútbol nuestro. Y como no quiero convertirme en el típico argentino envidioso de lo que en la patria no se encuentra, no sigo con esa línea de pensamiento.

El Madrid mete un par de contras terroríficas, pero el arquero resuelve bien. El gordo del Madrid sigue festejando cada avance, y yo sigo pidiéndole tácitamente que se calle y se quede sentado, porque sospecho que tarde o temprano va a agotar la paciencia de los locales. Casillas resuelve un entrevero en el área y termina el primer tiempo. Mi hijo, que me tiene definitivamente alquilado, sigue gastándome por mensaje de texto. Me prometo, al volver a Buenos Aires, secuestrarle el celular por tiempo indefinido. 
Cuando los equipos vuelven a la cancha para la segunda mitad, un nene de diez, doce años, se pone de pie para aplaudir a Cristiano Ronaldo. Es gordito, flequilludo, con cara de pocas luces. Candidato a que lo gasten, a que lo manden callar, a que le digan algo por esa devoción por el odiado ídolo visitante. Pero no pasa nada. Otra vez, y van cincuenta, no pasa nada. Los cientos de hinchas del Rayo aceptan que el pibe es del Madrid y que tiene ganas de aplaudir a su héroe. Y cada cual sigue en lo suyo.

En la popular, los “ultras” despliegan una pancarta criticando a Esperanza Aguirre, hasta hace unos días alcaldesa de Madrid. Ella es de derechas, y Vallecas es un barrio socialista.

El Rayo sigue buscando, tiene un par de aproximaciones, y el Madrid se para de contra. En una de esas contras, el árbitro cobra un penal dudosísimo. La gente del Rayo se indigna de pie. El gordo festeja por anticipado, también de pie. Cristiano lo patea con clase y pone el dos a cero. El gordo vocifera. Ahora sí, me digo. Ahora lo embocan. Y de paso, me ligo un par de piñas de rebote. “Así, así gana el Madrid”, corea la hinchada del Rayo, denunciando la prepotencia de los ricos. Pero lo gritan hacia la cancha, hacia el equipo vestido de blanco. No se lo gritan al gordo. Y el gordo, por su parte, no se indigna con el grito. Cada cual hace lo suyo, es decir, lo que quiere y lo que tiene ganas, y lo que siente y le sale. 

Al Madrid le anulan un gol. El Gordo se queja. Mi vecino de la izquierda, con su bufanda del Rayo, le explica que estuvo bien anulado. El gordo insiste. El otro también. Sacuden la cabeza, y dan por zanjada la discusión. Por supuesto no van a ponerse de acuerdo. Pero, otra vez, no pasa nada. Son dos tipos mirando el mismo partido, separados por una butaca –ocupada por un pelado argentino que, en esto sí, les tiene una envidia desbocada–. Y pueden hablar de fútbol y seguir mirando.

La gente del Rayo sigue alentando. Gritan “se puede”, entre palmas, como hacen ellos. El Chori se va reemplazado y aplaudido. Mi hijo me gasta por lo bien que Cristiano pateó el penal. Nobleza obliga, le contesto que tiene razón.

Entra Higuain. Con espacios, Cristiano refuerza el picnic por el lado izquierdo. Le sirve un gol hecho al Pipita, que le pega desviado. Cristiano se da vuelta, hace un gesto de fastidio con los brazos. “Lo manda en cana”, digamos, y yo me anoto una razón más para que el virtuoso portugués me caiga un poco peor cada día. Tres minutos después se da la inversa. Centro bajo del Pipita, y Cristiano con todo el arco libre la hace rebotar en el palo. Higuain lo aplaude, de todos modos. Bien, Pipita. Enseñelé, a ese maleducado.
Los del Rayo aprovechan la chambonada de Cristiano. Al unísono, le gritan “Ton... to. Ton... to”, con un ritmo una sincronización envidiable. Diez, doce veces. Después lo cambian por “Tris... te. Tris... te”. Otra decena. Al final, para mi alegría, lo cambian por “Me... ssi. Me... ssi”. Me apresuro a mensajearle la circunstancia a mi hijo. Algo de revancha, después de todo.

Termina el partido y los del Rayo aplauden. Los del Madrid se incorporan, satisfechos. En cinco minutos se vacían las tribunas. Claro, acá no hace falta que la policía encierre a los locales, como si fueran bestias de la selva, para alejar y poner a salvo a los visitantes. 

Me tomo el subte donde están, naturalmente, todos mezclados. Y no puedo evitar cierta envidia del modo en que esta gente convive y se tolera. Y la tristeza de que nosotros no sepamos hacerlo.
Corrijo. En realidad no es que no sepamos. Alguna vez supimos. Hace veinte años la gente podía convivir en una tribuna. Y gritar los goles. Y salir de la cancha al mismo tiempo. Y mezclarse afuera del estadio, antes y después de los partidos. Pero lo perdimos. En algún momento, por imbéciles, nos convencimos de que el amor era “el aguante”, y que el único trato que merece el que es distinto es la burla, la violencia y del desprecio.

No me interesa que las canchas argentinas tengan la asepsia de los quirófanos, ni que la gente mire los partidos con la admiración circunspecta del público de la ópera. Pero sí quiero ir a una cancha donde las señoras grandes puedan ir con tacos y con cartera, y los pibes puedan aplaudir al que se les dé la gana, y pueda cruzarme con los policías sin temor a un bastonazo nacido de la desconfianza o el resentimiento.
Si fuese así, si fuésemos capaces de convivir como gente, me banco cualquier cosa. Hasta el vaso de gaseosa aguada a quince mangos. Hasta esos matungos que te hacen doler los ojos, porque no pueden poner dos pases seguidos. Hasta esas sucesiones de ocho cabezazos y catorce despejes a dividir, mirá lo que te digo.

Por Eduardo Sacheri

martes, 19 de febrero de 2013

MICHEL HOUELLEBECQ

Nacido en la isla de La Reunión (colonia francesa en el mar Indico) pero educado en París, este escritor es el más célebre de los escritores franceses actuales. Se graduó como ingeniero agrónomo, se casó tuvo un hijo, pero la vida ordinaria lo enloqueció y terminó internado en un instituto psquiátrico. Comenzó a escribir y así salió su primera novela "Ampliación del campo de batalla", casi un nesayo sobre la soledad, la falta de incentivos en la sociedad moderna, la ausencia de vínculos y las dificultades para formar pareja. Le siguió su novela más popular "Las partículas elementales", donded desarrolló todos los temas que había esbozado en la primera obra, logrando climas y frases inolvidables. Incursionó en la música y grabó un disco de rap, y también ha filmado y colaborado en la escsritura de guiones de cine.
Políticamente incorrecto, se burla del feminismo, ataca al islam "es la religión más boluda y encima la más asesina" y compara el liberalismo económico que reina en el mundo con el liberalismo sexual, ambos tienen como efecto que algunos tengan mucho y otros poco o nada. Por su última novela, "El mapa y el territorio" ganó el premio Goncourt.
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domingo, 17 de febrero de 2013

Avenida Rivadavia

Caminamos una calle sin hablar, Avenida Rivadavia. / Y pensé y pensé / cuándo subiste a mi tren, mujer, / que yo no te ví, / La mañana incoherente me sonrió, / una burla que volaba se escapó. / Y pensé y pensé / cuándo subiste a mi tren, mujer, / que yo no te ví... ***Av Rivadavia (Javier Martínez)




AVENIDA RIVADAVIA

Las letras de las canciones son poesías, o mejor dicho, algunas letras de canciones son poesías. Letras de tango, de folklore, de canciones populares y de rock. Incluso muchos autores de música popular han publicado libros de poesía.
Entre los pioneros del rock argentino están sin discusión los grupos Almendra y Manal. De Almendra se decía que sus letras eran “voladas”, llenas de imágenes producto de la sensibilidad incomparable de Luis Alberto Spinetta. Por el contrario, de Manal se decía que sus letras eran concretas, sabés de qué están hablando.
Hoy, en este espacio de Collar de Perlas dedicado a la poesía en las letras de las canciones populares, vamos a hablar de “Avenida Rivadavia”, de Javier Martínez y que apareciera en el primer disco de Manal, en 1970.
La ciudad de Buenos  Aires tiene la calle más ancha del mundo, la  Avenida 9 de julio y también la calle más larga del mundo, la Avenida Rivadavia, o por lo menos eso se dice, o se decía sin mayores datos que confirmen esta sentencia. Pero más allá de la verdad o no de la frase, Rivadavia es una avenida que nace en el bajo porteño y cruza todo Buenos Aires de este a oeste. En esta calle estaba la casa de Alejandro Medina, bajista de Manal  y a poca distancia de ésta, la casa de Claudio Gabis, guitarrista del grupo,  en el barrio de Caballito, y en la esquina de Rivadavia y Jujuy se encuentra el legendario bar La Perla, en pleno barrio del Once, frente a la Plaza Miserere. Rivadavia es el límite donde las calles que vienen del sur cambian de nombre hacia el norte, Jujuy se transforma en Pueyrredón y en esta avenida estaba la Cueva, el mítico lugar adonde iban los primeros rockeros argentinos a tocar.
En esos años de bohemia y primeros atisbos de hipismo local, el recorrido habitual podía comenzar en algún bar de la calle Corrientes, de ahí a la Cueva a tocar y a escuchar música y luego a seguir divagando hasta caer en La Perla, donde se podían quedar hasta cualquier hora porque nunca cerraba. En La Perla se escribían canciones y se podía compartir un café con leche que dure toda la noche. En esos lugares se naufragaba, es decir se trataba de pasar el mayor tiempo posible sin irse a dormir. Se inventaban palabras y se compartían las cosas que cada uno escribía.
La canción que hoy vamos a compartir abre con la siguiente frase:
“caminamos una calle sin hablar, Avenida Rivadavia” y nos imaginamos a estos jóvenes que estaban inventando el rock en castellano casi sin saberlo, caminando en la madrugada soñando con poesías y melodías.
La música del tema tiene un arreglo de guitarra jazzera que sería la marca registrada de Claudio Gabis. Como eran un trío, Gabis hacía el ritmo y la melodía en una única guitarra y desarrollaba acordes que demostraban la influencia del jazz y del blues que fue el sello de Manal. 
La percusión de Javier Martínez no era el batir furioso del rock’n roll, tenía sutilezas que también mostraban formación jazzística y las enseñanzas de su padre, uruguayo y murguero.
La voz en este tema es inolvidable para el que la escucha ya desde la primera vez. Es la primera canción que canta Alejandro Medina y demuestra además del sentimiento negro, su virtuosismo en el bajo, hilvanando notas que superan ampliamente la típica marcación del ritmo que habitualmente hace ese instrumento.
Una letra urbana, que nos lleve a una calle típica de Buenos Aires, no la calle del paseo bucólico, sino el lugar que recorren miles de trabajadores día, tarde y noche.
La referencia siguiente al tren, que tiene la poesía de Martínez nos habla de la soledad en la multitud.
“Y pensé: ¿cuando subiste a mi tren, mujer, que yo no te ví?”
La Avenida Rivadavia también  cruza la plaza Once o Miserere, de donde salen los trenes que van al oeste y es claro que para muchos porteños la referencia y la vinculación con el tren es inevitable.
¡Las mañana incoherente me sonrió, una burla que volaba se escapó” es quizás la única concesión a la metáfora que se permite Javier.
Un último comentario. Hay una versión que muchos años después grabó Fontova, cantando con el acompañamiento de Gabis. No hay caso, la comparación con la voz potente de Medina hace que Fontova parezca un rubiecito tierno del grupo Abba.

martes, 12 de febrero de 2013

Recordamos a Spinetta y hablamos de Vonnegut

KURT VONNEGUT
(1922-2007)
Autor de Las sirenas de Titán; Cuna de gato y Matadero 5 entre sus novelas más destacadas.
Y de frases como ésta: "Entre Bush y Hitler la única diferncia es que Hitler llegó porque lo votaron".
"Aquellos que más odian a la guerra, son los que en ella han luchado".




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 Luis Alberto Spinetta. Murió el 8 de febrero de 2012, fue el más grande músico y poeta del rock argentino.

lunes, 4 de febrero de 2013

Hoy 4 de febrero de 2013 vuelve Collar de Perlas, en su horario habitual de 21 a 22 horas por FM Radio estación Sur, 91,7 Mhz o en su página web wwww.radioestacionsur.org
¡BIENVENIDOS!

WARTIME PRAYERS (letra y música de Paul Simon)
 Wartime Prayer                      

Prayers offered in times of peace are silent conversations,
Appeals for love or love's release
In private invocations
But all that is changed now,
Gone like a memory from the day before the fires.
People hungry for the voice of God
Hear lunatics and liars
Wartime prayers, wartime prayers
In every language spoken,
For every family scattered and broken.

Because you cannot walk with the holy,
If you're just a halfway decent man.
I don't pretend that I'm a mastermind
With a genius marketing plan.
I'm trying to tap into some wisdom,
Even a little drop will do.
I want to rid my heart of envy
And cleanse my soul of rage
Before I'm through.

Times are hard, it's a hard time
But everybody knows all about hard times.
The thing is, what are you gonna do?
Well, you cry and try to muscle through
Try to rearrange your stuff
But when the wounds are deep enough,
It's all that we can bear,
We wrap ourselves in prayer.

Because you cannot walk with the holy,
If you're just a halfway decent man.
I don't pretend that I'm a mastermind
With a genius marketing plan.
I'm trying to tap into some wisdom,
Even a little drop willdo.
I want to rid my heart of envy
And cleanse my soul of rage
Before I'm through.
A mother murmurs in twilight sleep
And draws her babies closer.
With hush-a-byes for sleepy eyes,
And kisses on the shoulder.
To drive away despair
She says a wartime prayer.


Oración en tiempo de guerra:
Las oraciones ofrecidas en tiempos de paz son conversaciones silenciosas,
Apelaciones para el amor o la liberación del amor
En invocaciones particulares
Pero todo eso ha cambiado ahora,
Atrás han quedado como un recuerdo de un día antes de los incendios.
La gente tiene hambre de la voz de Dios
Escucha locos y mentirosos
Oraciones, plegarias en tiempos de guerra en tiempos de guerra
En todos los idiomas hablados,
Para cada familia destrozada y dispersa.

Porque no se puede andar como un santo,
Si no sos más que un hombre medianamente decente.
No pretendo ser un genio
Con un plan genial.
Estoy tratando de aprovechar algo de sabiduría,    EST
Incluso una pequeña gota es suficiente.
Quiero liberar mi corazón de envidia
Y limpiar mi alma de rabia
Antes de que termine.

Los tiempos son difíciles, es muy difícil
Pero todo el mundo sabe acerca de  los tiempos duros.
La cosa es, ¿qué vas a hacer?
Bueno, llorar y tratar de superarlo
Intentar reorganizar tus cosas
Sin embargo, cuando las heridas son lo suficientemente profundas,
Ya no lo que podemos soportar,
Nos envuelve la oración.

EST

Unos murmullos de  madre en el sueño de madrugada
que siente a sus bebés más cerca.
Con un beso de buenas noches para los ojos soñolientos,
Y un beso en el hombro.
Para alejar la desesperación
Ella dice una oración en tiempos de guerra.