William Bourroughs pintando con tiros de escopeta.
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Wiiliam Bourroughs |
Collar
no puede estar ajeno a las relevantes ideas que se toman en el país, con el fin
de fundamentar leyes que regularan determinadas conductas, con apoyatura en
dichos de Escobar Gaviria a través de la serie que se emite en la TV “…matemáticamente
es imposible que un estado pueda controlar el narcotráfico…” y le asiste razón
porque se trata de matemáticas es decir de números que con ceros a la derecha
se llaman millones… que seducen al PODER responsable de permitir el ingreso y
convivencia de narcos con la sociedad.
Claro
que como este es un programa de libros, recordaré a un famoso escritor que en
febrero hubiese cumplido 100 años: William Burroughs, para hablar del tema
drogas.
Él y sus amigos Ginsberg y Kerouac
desde aproximadamente 1944 y durante toda su vida hicieron un culto de la
amistad, a tal extremo que el lema de Allen fue “…escribe como hablas con tus
amigos…”
Lo
cierto es que el término droga en la obra de William siempre aparece como
(junk) “basura” y se refiere al opio y sus derivados, la heroína sobre todo, su
heroína que lejos de liberar, sujeta: es un mecanismo de control, pero no uno
más, sino el modelo de todo mecanismo de control; y la policía y el sistema de
salud, lejos de combatirla, la utilizan para generar adicción, dependencia y
por lo tanto, mayor control. El adicto es el sujeto social ideal…”
También
sostuvo que la droga no expande la conciencia, ni ofrece experiencias más ricas
e intensas.
Todo
lo dijo sin perjuicio de haber vivido su vida colgado de la heroína, Luca Prodan
dijo una de las frases más inspiradas y a la vez realista sobre la sustancia “…es
la mamá eterna, es como el útero que te protege. Con ella no se jode, por algo
es la segunda droga en importancia y la primera es el poder…”
Otra
historia: el joven había leído al viejo. El viejo había escuchado la música del
hoven? William y Kurt Cobain, líder de Nirvana, se vieron un día en la casa del
primero, en Kansas en octubre de 1993, durante una mañana sin sobresaltos, sin
drogas –ese hilo entre ambos-, Cobain quien nunca logró reponerse de su
adicción a la heroína, se mató de un tiro meses después.
El
viejo William no creyó que Cobain su hubiera suicidado, fue parco “…lo que
recuerdo es la expresión moribunda de su mejillas. Él no tenía intención de
suicidarse. Por lo que yo sé, ya estaba muerto…” La heroína formó parte de la oscura identidad de William S. Burroughs —de cuyo
nacimiento en San Luis (Misuri) hace poco tiempo se cumplieron 100 años supuso
la llegada del mesías moderno de esta devastadora droga— y de Cobain, cuyo
suicidio en abril de 1994 estuvo provocado no solo por su incapacidad para
digerir el fétido futuro mercantil que le estaba reservado a su famoso grupo,
Nirvana, sino también por los estragos de la letal sustancia, en la que el
bello ángel del grunge había refugiado su dolorida alma de
eterno niño varado. Yonqui, (1953, organizado alrededor de las
peripecias de un adicto a la heroína) primera y descarnada novela de Burroughs,
era el libro de cabecera de Cobain.
Burroughs reparó en el tormento del líder
de Nirvana: “Poco después, cuando Cobain se hubo marchado, Burroughs le confesó
a su ayudante que había ‘algo raro en aquel chico’, advirtiendo que su invitado
‘fruncía el ceño continuamente y sin razón aparente’, como si estuviese
librando una batalla secreta, una feroz y despiadada guerra interna”.
Sabía de lo que hablaba. La muerte y sus
fantasmas llevaban décadas acechándole. En 1951, en Ciudad de México, con 37
años, una pistola (otra de sus pasiones, las armas) y el cuerpo bien cargado de
alcohol y drogas, quiso jugar a Guillermo Tell con Joan Vollmer, su mujer y
madre de su hijo. Erró en el tiro y Joan murió. Sin el peso por la culpa de
este estúpido incidente es imposible entender su figura literaria.
En el prólogo de su novela Queer, publicada
en 1985 y recientemente reeditada Burroughs habla
abiertamente de cómo sin aquella muerte jamás hubiese nacido su voz. “Todo me
lleva a la atroz conclusión de que jamás habría sido escritor sin la muerte de
Joan, y a comprender hasta qué punto ese acontecimiento ha motivado y formulado
mi escritura”.
“Mi predicción para un futuro próximo es que los derechistas usarán la
histeria de las drogas como pretexto para crear un aparato policial
internacional, pero ya soy un hombre viejo y puede que no viva lo suficiente
para ver la solución final al problema de la droga”. Pocos días antes de morir
en 1997, escribió la última entrada en su diario. “No hay nada. No hay
sabiduría final ni experiencia reveladora; ninguna jodida cosa. No hay Santo
Grial. No hay Satori definitivo (comprensión,
es el momento en que se descubre de forma clara que solo existe el presente. La
experiencia aclara que el tiempo es solo un concepto, pasado y futuro son una
ilusión al igual que todo el mundo físico) ni solución final. Solo conflicto.
La única cosa que puede resolver este conflicto es el amor. Amor puro. Lo que
yo siento ahora y sentí siempre por mis gatos. ¿Amor? ¿Qué es eso? El calmante
más natural para el dolor que existe. Amor”. Su editor, James Grauerholz,
aseguró que había muerto tranquilo y sereno. Al parecer, quería ser incinerado
en Tánger y que luego esparcieran sus cenizas en Gibraltar. No hay Santo Grial.
Solo un gato. Quizá Kurt Cobain no soportó la respuesta.