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lunes, 18 de enero de 2010

el mercenario 4. DEAD KENNEDYS


Eficiencia y progreso son nuestros otra vez
Ahora que tenemos la bomba de neutrones
Es buena, rapida, limpia, y deja las cosas hechas

Fuera el exceso de enemigos
Pero no menos valor a la propiedad
Ningún sentido en la guerra, pero perfecto sentido en casa...

Los rayos de sol caen en un nuevo dia
No mas impuesto del bienestar que pagar
Feos barrios bajos desaparecen en una cegadora luz
Millones de personas sin trabajo quitados de enmedio
Al fin tenemos mas sitio para jugar
Todos los sistemas van a matar a los pobres esta noche

Van a
matar matar matar
matar a los pobres
matar a los pobres
esta noche...

Contempla el brillo del champán
La estadistica de crimen ha desaparecido
Sientete libre otra vez
La vida es un sueño contigo, Señora Lily White

Jane Fonda en la pantalla hoy
Convencida de que los liberales están bien
Así que vistámonos y bailemos toda la noche

Mientras ellos
Matan a los pobres
Matan a los pobres
esta noche


Kill The Poor

Matar a los pobres DEAD KENNEDYS


Efficiency and progress is ours once more
Now that we have the Neutron bomb
It's nice and quick and clean and gets things done

Away with excess enemy
But no less value to property
No sense in war but perfect sense at home...

The sun beams down on a brand new day
No more welfare tax to pay
Unsightly slums gone up in flashing light
Jobless millions whisked away
At last we have more room to play
All systems go to kill the poor tonite

Gonna
Kill kill kill
Kill the poor
Kill the poor ...
Tonite

Behold the sparkle of champagne
The crime rate's gone
Feel free again
O' life's a dream with you, Miss Lily White

Jane Fonda on the screen today
Convinced the liberals it's okay
So let's get dressed and dance away the night

While they
Kill the poor
Kill the poor ... Tonite

EN EL BOSQUE (un cuento japonés)

En el bosque
[Cuento. Texto completo]
Ryunosuke Akutagawa
Declaración del leñador interrogado por el oficial de investigaciones de la Kebushi
-Yo confirmo, señor oficial, mi declaración. Fui yo el que descubrió el cadáver. Esta mañana, como lo hago siempre, fui al otro lado de la montaña para hachar abetos. El cadáver estaba en un bosque al pie de la montaña. ¿El lugar exacto? A cuatro o cinco cho, me parece, del camino del apeadero de Yamashina. Es un paraje silvestre, donde crecen el bambú y algunas coníferas raquíticas.
El muerto estaba tirado de espaldas. Vestía ropa de cazador de color celeste y llevaba un eboshi de color gris, al estilo de la capital. Sólo se veía una herida en el cuerpo, pero era una herida profunda en la parte superior del pecho. Las hojas secas de bambú caídas en su alrededor estaban como teñidas de suho. No, ya no corría sangre de la herida, cuyos bordes parecían secos y sobre la cual, bien lo recuerdo, estaba tan agarrado un gran tábano que ni siquiera escuchó que yo me acercaba.
¿Si encontré una espada o algo ajeno? No. Absolutamente nada. Solamente encontré, al pie de un abeto vecino, una cuerda, y también un peine. Eso es todo lo que encontré alrededor, pero las hierbas y las hojas muertas de bambú estaban holladas en todos los sentidos; la victima, antes de ser asesinada, debió oponer fuerte resistencia. ¿Si no observé un caballo? No, señor oficial. No es ese un lugar al que pueda llegar un caballo. Una infranqueable espesura separa ese paraje de la carretera.

Declaración del monje budista interrogado por el mismo oficial
-Puedo asegurarle, señor oficial, que yo había visto ayer al que encontraron muerto hoy. Sí, fue hacia el mediodía, según creo; a mitad de camino entre Sekiyama y Yamashina. Él marchaba en dirección a Sekiyama, acompañado por una mujer montada a caballo. La mujer estaba velada, de manera que no pude distinguir su rostro. Me fijé solamente en su kimono, que era de color violeta. En cuanto al caballo, me parece que era un alazán con las crines cortadas. ¿Las medidas? Tal vez cuatro shaku cuatro sun1, me parece; soy un religioso y no entiendo mucho de ese asunto. ¿El hombre? Iba bien armado. Portaba sable, arco y flechas. Sí, recuerdo más que nada esa aljaba laqueada de negro donde llevaba una veintena de flechas, la recuerdo muy bien.
¿Cómo podía adivinar yo el destino que le esperaba? En verdad la vida humana es como el rocío o como un relámpago... Lo lamento... no encuentro palabras para expresarlo...

Declaración del soplón interrogado por el mismo oficial
-¿El hombre al que agarré? Es el famoso bandolero llamado Tajomaru, sin duda. Pero cuando lo apresé estaba caído sobre el puente de Awataguchi, gimiendo. Parecía haber caído del caballo. ¿La hora? Hacia la primera del Kong, ayer al caer la noche. La otra vez, cuando se me escapó por poco, llevaba puesto el mismo kimono azul y el mismo sable largo. Esta vez, señor oficial, como usted pudo comprobar, llevaba también arco y flechas. ¿Que la víctima tenía las mismas armas? Entonces no hay dudas. Tajomaru es el asesino. Porque el arco enfundado en cuero, la aljaba laqueada en negro, diecisiete flechas con plumas de halcón, todo lo tenía con él. También el caballo era, como usted dijo, un alazán con las crines cortadas. Ser atrapado gracias a este animal era su destino. Con sus largas riendas arrastrándose, el caballo estaba mordisqueando hierbas cerca del puente de piedra, en el borde de la carretera.
De todos los ladrones que rondan por los caminos de la capital, este Tajomaru es conocido como el más mujeriego. En el otoño del año pasado fueron halladas muertas en la capilla de Pindola del templo Toribe, una dama que venía en peregrinación y la joven sirvienta que la acompañaba. Los rumores atribuyeron ese crimen a Tajomaru. Si es él quien mató a este hombre, es fácil suponer qué hizo de la mujer que venía a caballo. No quiero entrometerme donde no me corresponde, señor oficial, pero este aspecto merece ser aclarado.

Declaración de una anciana interrogada por el mismo oficial
-Sí, es el cadáver de mi yerno. Él no era de la capital; era funcionario del gobierno de la provincia de Wakasa. Se llamaba Takehito Kanazawa. Tenía veintiséis años. No. Era un hombre de buen carácter, no podía tener enemigos.
¿Mi hija? Se llama Masago. Tiene diecinueve años. Es una muchacha valiente, tan intrépida como un hombre. No conoció a otro hombre que a Takehiro. Tiene cutis moreno y un lunar cerca del ángulo externo del ojo izquierdo. Su rostro es pequeño y ovalado.
Takehiro había partido ayer con mi hija hacia Wakasa. ¡Quién iba a imaginar que lo esperaba este destino! ¿Dónde está mi hija? Debo resignarme a aceptar la suerte corrida por su marido, pero no puedo evitar sentirme inquieta por la de ella. Se lo suplica una pobre anciana, señor oficial: investigue, se lo ruego, qué fue de mi hija, aunque tenga que arrancar hierba por hierba para encontrarla. Y ese bandolero... ¿Cómo se llama? ¡Ah, sí, Tajomaru! ¡Lo odio! No solamente mató a mi yerno, sino que... (Los sollozos ahogaron sus palabras.)

Confesión de Tajomaru
Sí, yo maté a ese hombre. Pero no a la mujer. ¿Que dónde está ella entonces? Yo no sé nada. ¿Qué quieren de mí? ¡Escuchen! Ustedes no podrían arrancarme por medio de torturas, por muy atroces que fueran, lo que ignoro. Y como nada tengo que perder, nada oculto.
Ayer, pasado el mediodía, encontré a la pareja. El velo agitado por un golpe de viento descubrió el rostro de la mujer. Sí, sólo por un instante... Un segundo después ya no lo veía. La brevedad de esta visión fue causa, tal vez, de que esa cara me pareciese tan hermosa como la de Bosatsu. Repentinamente decidí apoderarme de la mujer, aunque tuviese que matar a su acompañante.
¿Qué? Matar a un hombre no es cosa tan importante como ustedes creen. El rapto de una mujer implica necesariamente la muerte de su compañero. Yo solamente mato mediante el sable que llevo en mi cintura, mientras ustedes matan por medio del poder, del dinero y hasta de una palabra aparentemente benévola. Cuando matan ustedes, la sangre no corre, la víctima continúa viviendo. ¡Pero no la han matado menos! Desde el punto de vista de la gravedad de la falta me pregunto quién es más criminal. (Sonrisa irónica.)
Pero mucho mejor es tener a la mujer sin matar a hombre. Mi humor del momento me indujo a tratar de hacerme de la mujer sin atentar, en lo posible, contra la vida del hombre. Sin embargo, como no podía hacerlo en el concurrido camino a Yamashina, me arreglé para llevar a la pareja a la montaña.
Resultó muy fácil. Haciéndome pasar por otro viajero, les conté que allá, en la montaña, había una vieja tumba, y que en ella yo había descubierto gran cantidad de espejos y de sables. Para ocultarlos de la mirada de los envidiosos los había enterrado en un bosque al pie de la montaña. Yo buscaba a un comprador para ese tesoro, que ofrecía a precio vil. El hombre se interesó visiblemente por la historia... Luego... ¡Es terrible la avaricia! Antes de media hora, la pareja había tomado conmigo el camino de la montaña.
Cuando llegamos ante el bosque, dije a la pareja que los tesoros estaban enterrados allá, y les pedí que me siguieran para verlos. Enceguecido por la codicia, el hombre no encontró motivos para dudar, mientras la mujer prefirió esperar montada en el caballo. Comprendí muy bien su reacción ante la cerrada espesura; era precisamente la actitud que yo esperaba. De modo que, dejando sola a la mujer, penetré en el bosque seguido por el hombre.
Al comienzo, sólo había bambúes. Después de marchar durante un rato, llegamos a un pequeño claro junto al cual se alzaban unos abetos... Era el lugar ideal para poner en práctica mi plan. Abriéndome paso entre la maleza, lo engañé diciéndole con aire sincero que los tesoros estaban bajo esos abetos. El hombre se dirigió sin vacilar un instante hacia esos árboles enclenques. Los bambúes iban raleando, y llegamos al pequeño claro. Y apenas llegamos, me lancé sobre él y lo derribé. Era un hombre armado y parecía robusto, pero no esperaba ser atacado. En un abrir y cerrar de ojos estuvo atado al pie de un abeto. ¿La cuerda? Soy ladrón, siempre llevo una atada a mi cintura, para saltar un cerco, o cosas por el estilo. Para impedirle gritar, tuve que llenarle la boca de hojas secas de bambú.
Cuando lo tuve bien atado, regresé en busca de la mujer, y le dije que viniera conmigo, con el pretexto de que su marido había sufrido un ataque de alguna enfermedad. De más está decir que me creyó. Se desembarazó de su ichimegasa y se internó en el bosque tomada de mi mano. Pero cuando advirtió al hombre atado al pie del abeto, extrajo un puñal que había escondido, no sé cuándo, entre su ropa. Nunca vi una mujer tan intrépida. La menor distracción me habría costado la vida; me hubiera clavado el puñal en el vientre. Aun reaccionando con presteza fue difícil para mí eludir tan furioso ataque. Pero por algo soy el famoso Tajomaru: conseguí desarmarla, sin tener que usar mi arma. Y desarmada, por inflexible que se haya mostrado, nada podía hacer. Obtuve lo que quería sin cometer un asesinato.
Sí, sin cometer un asesinato, yo no tenía motivo alguno para matar a ese hombre. Ya estaba por abandonar el bosque, dejando a la mujer bañada en lágrimas, cuando ella se arrojó a mis brazos como una loca. Y la escuché decir, entrecortadamente, que ella deseaba mi muerte o la de su marido, que no podía soportar la vergüenza ante dos hombres vivos, que eso era peor que la muerte. Esto no era todo. Ella se uniría al que sobreviviera, agregó jadeando. En aquel momento, sentí el violento deseo de matar a ese hombre. (Una oscura emoción produjo en Tajomaru un escalofrío.)
Al escuchar lo que les cuento pueden creer que soy un hombre más cruel que ustedes. Pero ustedes no vieron la cara de esa mujer; no vieron, especialmente, el fuego que brillaba en sus ojos cuando me lo suplicó. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí el deseo de que fuera mi mujer, aunque el cielo me fulminara. Y no fue, lo juro, a causa de la lascivia vil y licenciosa que ustedes pueden imaginar. Si en aquel momento decisivo yo me hubiera guiado sólo por el instinto, me habría alejado después de deshacerme de ella con un puntapié. Y no habría manchado mi espada con la sangre de ese hombre. Pero entonces, cuando miré a la mujer en la penumbra del bosque, decidí no abandonar el lugar sin haber matado a su marido.
Pero aunque había tomado esa decisión, yo no lo iba a matar indefenso. Desaté la cuerda y lo desafié. (Ustedes habrán encontrado esa cuerda al pie del abeto, yo olvidé llevármela.) Hecho una furia, el hombre desenvainó su espada y, sin decir palabra alguna, se precipitó sobre mí. No hay nada que contar, ya conocen el resultado. En el vigésimo tercer asalto mi espada le perforó el pecho. ¡En el vigésimo tercer asalto! Sentí admiración por él, nadie me había resistido más de veinte... (Sereno suspiro.)
Mientras el hombre se desangraba, me volví hacia la mujer, empuñando todavía el arma ensangrentada. ¡Había desaparecido! ¿Para qué lado había tomado? La busqué entre los abetos. El suelo cubierto de hojas secas de bambú no ofrecía rastros. Mi oído no percibió otro sonido que el de los estertores del hombre que agonizaba.
Tal vez al comenzar el combate la mujer había huido a través del bosque en busca de socorro. Ahora ustedes deben tener en cuenta que lo que estaba en juego era mi vida: apoderándome de las armas del muerto retomé el camino hacia la carretera. ¿Qué sucedió después? No vale la pena contarlo. Diré apenas que antes de entrar en la capital vendí la espada. Tarde o temprano sería colgado, siempre lo supe. Condénenme a morir. (Gesto de arrogancia.)

Confesión de una mujer que fue al templo de Kiyomizu
-Después de violarme, el hombre del kimono azul miró burlonamente a mi esposo, que estaba atado. ¡Oh, cuánto odio debió sentir mi esposo! Pero sus contorsiones no hacían más que clavar en su carne la cuerda que lo sujetaba. Instintivamente corrí, mejor dicho, quise correr hacia él. Pero el bandido no me dio tiempo, y arrojándome un puntapié me hizo caer. En ese instante, vi un extraño resplandor en los ojos de mi marido... un resplandor verdaderamente extraño... Cada vez que pienso en esa mirada, me estremezco. Imposibilitado de hablar, mi esposo expresaba por medio de sus ojos lo que sentía. Y eso que destellaba en sus ojos no era cólera ni tristeza. No era otra cosa que un frío desprecio hacia mí. Más anonadada por ese sentimiento que por el golpe del bandido, grité alguna cosa y caí desvanecida.
No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que recuperé la conciencia El bandido había desaparecido y mi marido seguía atado al pie del abeto. Incorporándome penosamente sobre las hojas secas, miré a mi esposo: su expresión era la misma de antes: una mezcla de desprecio y de odio glacial. ¿Vergüenza? ¿Tristeza? ¿Furia? ¿Cómo calificar a lo que sentía en ese momento? Terminé de incorporarme, vacilante; me aproximé a mi marido y le dije:
-Takehiro, después de lo que he sufrido y en esta situación horrible en que me encuentro, ya no podré seguir contigo. ¡No me queda otra cosa que matarme aquí mismo! ¡Pero también exijo tu muerte! Has sido testigo de mi vergüenza! ¡No puedo permitir que me sobrevivas!
Se lo dije gritando. Pero él, inmóvil, seguía mirándome como antes, despectivamente. Conteniendo los latidos de mi corazón, busqué la espada de mi esposo. El bandido debió llevársela, porque no pude encontrarla entre la maleza. El arco y las flechas tampoco estaban. Por casualidad, encontré cerca mi puñal. Lo tomé, y levantándolo sobre Takehiro, repetí:
-Te pido tu vida. Yo te seguiré.
Entonces, por fin movió los labios. Las hojas secas de bambú que le llenaban la boca le impedían hacerse escuchar. Pero un movimiento de sus labios casi imperceptible me dio a entender lo que deseaba. Sin dejar de despreciarme, me estaba diciendo: «Mátame».
Semiconsciente, hundí el puñal en su pecho, a través de su kimono.
Y volví a caer desvanecida. Cuando desperté, miré a mi alrededor. Mi marido, siempre atado, estaba muerto desde hacía tiempo. Sobre su rostro lívido, los rayos del sol poniente, atravesando los bambúes que se entremezclaban con las ramas de los abetos, acariciaban su cadáver. Después... ¿qué me pasó? No tengo fuerzas para contarlo. No logré matarme. Apliqué el cuchillo contra mi garganta, me arrojé a una laguna en el valle... ¡Todo lo probé! Pero, puesto que sigo con vida, no tengo ningún motivo para jactarme. (Triste sonrisa.) Tal vez hasta la infinitamente misericorde Bosatsu abandonaría a una mujer como yo. Pero yo, una mujer que mató a su esposo, que fue violada por un bandido... qué podía hacer. Aunque yo... yo... (Estalla en sollozos.)

Lo que narró el espíritu por labios de una bruja
-El salteador, una vez logrado su fin, se sentó junto a mi mujer y trató de consolarla por todos los medios. Naturalmente, a mí me resultaba imposible decir nada; estaba atado al pie del abeto. Pero la miraba a ella significativamente, tratando de decirle: «No lo escuches, todo lo que dice es mentira». Eso es lo que yo quería hacerle comprender. Pero ella, sentada lánguidamente sobre las hojas muertas de bambú, miraba con fijeza sus rodillas. Daba la impresión de que prestaba oídos a lo que decía el bandido. Al menos, eso es lo que me parecía a mí. El bandido, por su parte, escogía las palabras con habilidad. Me sentí torturado y enceguecido por los celos. Él le decía: «Ahora que tu cuerpo fue mancillado tu marido no querrá saber nada de ti. ¿No quieres abandonarlo y ser mi esposa? Fue a causa del amor que me inspiraste que yo actué de esta manera». Y repetía una y otra vez semejantes argumentos. Ante tal discurso, mi mujer alzó la cabeza como extasiada. Yo mismo no la había visto nunca con expresión tan bella. ¡Y qué piensan ustedes que mi tan bella mujer respondió al ladrón delante de su marido maniatado! Le dijo: «Llévame donde quieras». (Aquí, un largo silencio.)
Pero la traición de mi mujer fue aún mayor. ¡Si no fuera por esto, yo no sufriría tanto en la negrura de esta noche! Cuando, tomada de la mano del bandolero, estaba a punto de abandonar el lugar, se dirigió hacia mí con el rostro pálido, y señalándome con el dedo a mí, que estaba atado al pie del árbol, dijo: «¡Mata a ese hombre! ¡Si queda vivo no podré vivir contigo!». Y gritó una y otra vez como una loca: «¡Mátalo! ¡Acaba con él!». Estas palabras, sonando a coro, me siguen persiguiendo en la eternidad. ¡Acaso pudo salir alguna vez de labios humanos una expresión de deseos tan horrible! ¡Escuchó o ha oído alguno palabras tan malignas! Palabras que... (Se interrumpe, riendo extrañamente.)
Al escucharlas hasta el bandido empalideció. «¡Acaba con este hombre!». Repitiendo esto, mi mujer se aferraba a su brazo. El bandido, mirándola fijamente, no le contestó. Y de inmediato la arrojó de una patada sobre las hojas secas. (Estalla otra vez en carcajadas.) Y mientras se cruzaba lentamente de brazos, el bandido me preguntó: «¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que la mate o que la perdone? No tienes que hacer otra cosa que mover la cabeza. ¿Quieres que la mate?...»
Solamente por esa actitud, yo habría perdonado a ese hombre. (Silencio.)
Mientras yo vacilaba, mi esposa gritó y se escapó, internándose en el bosque. El hombre, sin perder un segundo, se lanzó tras ella, sin poder alcanzarla. Yo contemplaba inmóvil esa pesadilla. Cuando mi mujer se escapó, el bandido se apoderó de mis armas, y cortó la cuerda que me sujetaba en un solo punto. Y mientras desaparecía en el bosque, pude escuchar que murmuraba:
«Esta vez me toca a mí». Tras su desaparición, todo volvió a la calma. Pero no. «¿Alguien llora?», me pregunté. Mientras me liberaba, presté atención: eran mis propios sollozos los que había oído. (La voz calla, por tercera vez, haciendo una larga pausa.)
Por fin, bajo el abeto, liberé completamente mi cuerpo dolorido. Delante mío relucía el puñal que mi esposa había dejado caer. Asiéndolo, lo clavé de un golpe en mi pecho. Sentí un borbotón acre y tibio subir por mi garganta, pero nada me dolió. A medida que mi pecho se entumecía, el silencio se profundizaba. ¡Ah, ese silencio! Ni siquiera cantaba un pájaro en el cielo de aquel bosque. Sólo caía, a través de los bambúes y los abetos, un último rayo de sol que desaparecía... Luego ya no vi bambúes ni abetos. Tendido en tierra, fui envuelto por un denso silencio. En aquel momento, unos pasos furtivos se me acercaron. Traté de volver la cabeza, pero ya me envolvía una difusa oscuridad. Una mano invisible retiraba dulcemente el puñal de mi pecho. La sangre volvió a llenarme la boca. Ese fue el fin. Me hundí en la noche eterna para no regresar...
FIN

1. El shaku es una antigua medida de longitud que equivalía, aproximadamente, a unos treinta centímetros. El sun era la décima parte de un shaku.

LA COLUMNA DE BICHO. 1.


BICHO Y VERNE A LA LUNA

Hablando con Verne y me dijo que nuestro "vuelo literario" es de mucho valor. A mi me extrañó, porque además dice que lo fantástico de El Viaje a la Luna, es por ejemplo, que muchos años después el hombre llegó y ahí me imaginé a nosotros con esos trajes espaciales y ELLA en los controles de la nave, mientras se desarrolla mas o menos un diálogo como éste:
1
-¡Comandante Rudolf!, ¿cómo está todo allí abajo?
-todo OK teniente Maf ¿y She? ¿cómo se encuentra?
-Feliz, contenta porque usted ha cumplido su sueño eterno: estar en la Luna
con ELLA.
-Quiero que baje ahora mismo.
-Pero desobedecemos órdenes.
-Es solo un momento, una estrella en la Luna, no puede quedarse allí.
..............
¿Qué le parece? Eso si, allá nada de negros motoneta y Messi hará goles lindos pero es muy chico todavía, quizás en el próximo viaje. Lo que aquí me agrega Jules es que además de ELLA puede viajar con nosotros ULLA, que como usted seguramente leyó gusta de Felisberto, razón por la cual (juris tantum) existe una relación con lo fantástico buenísima y además tener presente que es investigadora sobre escritura coloquial, lo que quizás nos cuestionen los oyentes y amigos. Pero volviendo a lo nuestro:
2
-Comandante Maf, descienda de la nave con Ulla, no pueden dejar de pisar esta maravilla...
-Pero teniente los controles...
-Ponga el automático, a mi con ELLA nos encuentra detrás de las rocas que están a la derecha de la nave.
-Teniente, esas rocas están a una distancia que nos llevaría horas recorrer.
-Comandante Maf, se lo tengo que decir, calcule un turno, es lo mínimo que puedo hacer con ELLA en la Luna.
-Creo que usted entiende, por otra parte le dije que baje con ULLA y no solo.

BARON BIZA


...La pornografía en los libros está
en proporción a la degeneración
del cerebro lector.
Barón Biza.

ALEGATO DE LA DEFENSA EN EL JUICIO ACUSADO DE PROMOVER LA PORNOGRAFIA

Defendió siempre a los humildes, ayudó a muchos hogares. Uno de sus rasgos más conocidos fue tender su mano generosa a cientos de argentinos que, encaramados en los coches de Ferrocarril, querían llegar a esta Capital, desde Córdoba, a dar el último adiós al Dr. Yrigoyen, el representante legítimo de las aspiraciones populares, que fue llevado en inolvidable apoteosis a su postrer morada. Más de cuatrocientos niños se educan actualmente en el “Colegio Barón” de Ramos Mejía, gracias a la generosidad de mi defendido, donación de más de un millón de pesos, hace aún poco tiempo. Fresca está todavía, en el pueblo argentino, la tragedia aeronáutica que ensombreció la vida de este digno compatriota, cuando allá en Marayes cayó Myriam Stefford, marcando rutas al progreso y a los hombres; y los premios, por muchos miles de pesos, que en su memoria ofreció al gobierno, para que se disputara el trofeo que lleva el nombre de la primera aviadora muerta en tierras sudamericanas. Son muchos los casos de filantropía práctica que podría citar de mi defendido. Este es el acusado en persona.

De acuerdo a las condiciones personales del acusado y a sus tendencias como escritor, no es posible aceptar, ni en hipótesis, que la publicación de su libro El Derecho de Matar, encierre un propósito inmoral.

QUÉ PIENSA BARÓN DE SU LIBRO
Trataré, señor Juez, de sintetizar en la forma más fiel posible, lo que me expresara mi defendido al referirme a este proceso y a su libro El Derecho de Matar.
“Decid al señor Juez, que la defensa está en el libro, ¡en todo el libro! Una frase o un concepto aislado forma un hecho sin importancia con respecto al concepto general de la obra. Si los escritores tuviéramos que emitir nuestras ideas, con el Código Penal a la vista, no podríamos dejarnos llevar por la fantasía de nuestro cerebro y no podríamos producir lo que llamamos: la ‘obra’. Estoy tan distante de la acusación que hace la Policía por intermedio del señor Fiscal, que si hubiera perseguido lucro, único fin que puede llevar a publicar un libro obsceno, habría cuidado muy bien, por elemental concepto de dignidad, de complicar mi nombre de soldado del partido político más popular y respetable del país, de escritor y de hacendado, con la baja literatura de los tarados morales. ¡Qué distancias siderales de años luz, entre el criterio de la acusación y el propósito de bien que persigo! Cualquier pasaje de mi libro que haya llamado la atención, puedo probar que no es sino la reproducción de escenas reales. Todas ellas han sido relatadas con hartura de detalles por la prensa del país y he creído prudente –pese a su realidad– no dar nombres propios, porque no es mi propósito denunciar, sino relatar hechos como ejemplo de anomalías morales que es preciso combatir. He querido simbolizar el poder de la voz del sexo, esa voz de la naturaleza, la más poderosa, la más brutal de nuestro instinto. Por ello los Tribunales de Justicia juzgan desde hace siglos la violación, el adulterio, lo mismo que al enamorado que mata a su novia que lo rechaza, como la traición del amigo, del hermano, más aún del propio padre. Warron dice: ‘Verdades hay que el vulgo no ha de saber, falsedades en que es bueno que crea’. Yo analizo, no legislo. Yo señalo un hecho, formulo un juicio, para que los otros encuentren la solución, digo en mi libro. Y he llevado mi libro sin pornografía, sin intención obscena, con toda altura, sin prejuicios, para señalar a los hombres lo contrario que señala Warron, es decir, que la verdad no debe cubrirse ni con la niebla, como única forma de llegar a una verdadera educación moral y a los legisladores el problema del sexo que es más importante que cualquier otro problema social. No es posible juzgar un libro por un párrafo, como no es posible juzgar una pintura, por una milésima parte de la misma. ¿Qué asusta en mi libro? ¿La verdad? ¿Puede negárseme el propósito moral cuando el protagonista (tomado de pedazos de lo visto, escuchado y leído), encontrándose aislado en sí mismo, se confiesa que ha vivido equivocado; que la fatalidad, el instinto o el hambre guiaron sus pasos por senda oblicua y se condena a sí mismo por ello, al máximo castigo que imponen los hombres?
ETIMOLOGÍA E INTERPRETACIÓN DE LA VOZ
CASTELLANA “OBSCENO”
La voz castellana “obsceno”, procede del latín “obscenus”, y en esa lengua muerta, su origen etimológico es obscuro, si bien está averiguado que su primitivo significado era “mal agüero” o “agüero desfavorable”, de donde se aplicó a toda cosa o acto “chocante”, “repelente”. Más tarde se redujo su concepto a lo “ofensivo a la modestia y al pudor” y a lo “repugnante a los sentidos”. De aquí que pasara al castellano y demás lenguas neolatinas como expresión de “lo repulsivo, lo contrario a la decencia, lo ofensivo al pudor en forma abierta y descarada”. Por ello en el lenguaje corriente, tal interpretación nos lleva a designar como “obsceno”, lo que es torpe, torpemente impúdico. Claro está que para la moral teológica su significado es mucho más alto, pues abarca, según los cánones, no sólo las obras y los actos, sino las palabras y hasta los pensamientos interiores, que estén manchados de impureza.
Pero la Ley no reprime el pecado religioso, sino el acto público contrario a la honestidad, en forma de publicación que ofenda torpemente al pudor y el Arte no tiene límites fijados para sus incursiones en la Naturaleza, especialmente cuando se trata de la relación de su vida, costumbres, deformaciones morales y mentales, vicios, degeneraciones, etc.
El argumento de la obra se desarrolla entre personajes de mal origen, pero que habiendo adquirido educación y hecho experiencia en carne propia conocen de las consecuencias de la perversión humana.
El principal personaje de la obra es Jorge Morganti, fruto de ambiente malsano, que desde su pubertad siente el influjo de los sedimentos fisiológicos y morales adueñados de los estratos más íntimos de su conciencia y, con prematura y despierta inteligencia que con los estudios que realiza fortifican su capacidad mental, califica los defectos de la vida humana sin ambages ni eufemismos.
Relata con pinceladas maestras hechos que son reales, describiéndolos con crudeza, no para excitar al lector sino que presenta los cuadros de horror de la vida, persiguiendo el propósito de su corrección; si otro fuera su empeño buscaría términos menos gráficos y cantaría loas al vicio, con la galanura sedosa que es menester para perturbar los sentidos en deslizamientos morbosos.
Al conocimiento y a la inteligencia de Morganti se une el consejo de su progenitor, que en vísperas de renunciar a la vida le historia su existencia a través de los diversos países del mundo que recorriera, haciéndole resaltar el resquebrajamiento de la moral que observara, convirtiéndolo en un escéptico y descreído.
Al referirse a la mujer, Jorge Morganti se siente herido por las palabras de su padre al recordar a la autora de sus días y da motivo ese incidente, a un pasaje hermoso del libro, cuya lectura nos demostrará que lo grande y lo sublime, la suprema verdad del sentimiento humano, es exaltada sin reservas en líneas magistrales.

NO PUEDE HABER INMORALIDAD
Un libro, señor Juez, de alta filosofía, que presenta en contraposición a las lacras de la humanidad, párrafos sublimes como los leídos, no puede merecer sino aplauso, porque si bien exhibe los hondos males sociales, alaba sin reservas, las excelsas virtudes. Y en esto no hay, no puede haber inmoralidad.
Envuelto Morganti en el rodaje social, se deja llevar por sus sentimientos y aspiraciones, hasta que recibe el rudo golpe final que destruye el último reducto íntimo, y armado de su revólver, va a matar, pero... para su espíritu lo pasado es obra del miedo ambiente, de los vicios, de la educación incompleta, llena de reservas que ocultan la verdad, y siente que para reformar todo es necesario destruir, pero no destruir por la destrucción misma, sin finalidad, sino que es menester rehacer mejor, modificar la sociedad, los sentimientos, la vida, el mundo pero como esa obra es más grande que sus fuerzas y posiblemente sea él quien esté de más, reflexiona y dice: “No puedo yo cambiar el mundo, soy demasiado débil, no puedo estrujarlo, romperlo... ¡El mundo existe porque yo existo! Yo podría destruir no solamente el mundo que habito, sino todo el universo, destruyéndome...”
EXTRACTO DE LA NOVELA
Aventuras que se iniciaron en los pasillos de trasatlánticos, entre el lujoso maderamen y regios tapices, para terminar sobre el empedrado frío, negruzco y mugriento de un dock de puerto, al largar amarras el barco. Aventuras que no dejaban en sí, más que el recuerdo fugaz de la hembra libre momentáneamente, segura de su impunidad, lejos de sus hijos o del tutor severo que la pantomima religiosa y civil de los hombres le habían dado. Hembras que, tras los oropeles de damas de sociedad y de beneficencia, esposas de grandes políticos e industriales, las que ante la fosforescencia de aguas tropicales, el champagne falsificado del paso de la línea, la luna de cartón, como puesta por la empresa, para tentarla, y el jazz, que al son de su candombe africano obliga a refregar los senos sobre la pechera blanca del uniforme del caballero, habían llegado hasta su cabina transpiradas, con olor a celo y con los ojos dilatados por el placer y la falta que iban a cometer. Y las otras, que tímidamente en los atardeceres, mientras que los maridos y padres jugaban en el fumoir las fuertes fichas para recordar que no eran pobres, sin palabras, con el solo falso pudor del gesto, se ayuntaban al macho, dejando en la cabina, hasta la próxima vez, la única verdad de su existencia.

ALFONSINA STORNI


FRENTE AL MAR

Oh mar, enorme mar, corazón fiero
De ritmo desigual, corazón malo,
Yo soy más blanda que ese pobre palo
Que se pudre en tus ondas prisionero.

Oh mar, dame tu cólera tremenda,
Yo me pasé la vida perdonando,
Porque entendía, mar, yo me fui dando:
"Piedad, piedad para el que más ofenda".

Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
Hazme tener tu cólera sin nombre:
Ya me fatiga esta misión de rosa.

¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,
Me falta el aire y donde falta quedo,
Quisiera no entender, pero no puedo:
Es la vulgaridad que me envenena.

Me empobrecí porque entender abruma,
Me empobrecí porque entender sofoca,
¡Bendecida la fuerza de la roca!
Yo tengo el corazón como la espuma.

Mar, yo soñaba ser como tú eres,
Allá en las tardes que la vida mía
Bajo las horas cálidas se abría...
Ah, yo soñaba ser como tú eres.

Mírame aquí, pequeña, miserable,
Todo dolor me vence, todo sueño;
Mar, dame, dame el inefable empeño
De tornarme soberbia, inalcanzable.

Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza,
¡Aire de mar!... ¡Oh tempestad, oh enojo!
Desdichada de mí, soy un abrojo,
Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.

Y el alma mía es como el mar, es eso,
Ah, la ciudad la pudre y equivoca
Pequeña vida que dolor provoca,
¡Que pueda libertarme de su peso!

Vuele mi empeño, mi esperanza vuele...
La vida mía debió ser horrible,
Debió ser una arteria incontenible
Y apenas es cicatriz que siempre duele.

DOLOR

Quisiera esta tarde divina de octubre
Pasear por la orilla lejana del mar;

Oue la arena de oro, y las aguas verdes,
Y los cielos puros me vieran pasar.

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
Como una romana, para concordar

Con las grandes olas, y las rocas muertas
Y las anchas playas que ciñen el mar.

Con el paso lento, y los ojos fríos
Y la boca muda, dejarme llevar;

Ver cómo se rompen las olas azules
Contra los granitos y no parpadear

Ver cómo las aves rapaces se comen
Los peces pequeños y no despertar;

Pensar que pudieran las frágiles barcas
Hundirse en las aguas y no suspirar;

Ver que se adelanta, la garganta al aire,
El hombre más bello; no desear amar...

Perder la mirada, distraídamente,
Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;

Y, figura erguida, entre cielo y playa,
Sentirme el olvido perenne del mar.

TU ME QUIERES BLANCA

Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada

Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.

En 1937 se suicida Horacio Quiroga y ella le dedica un poema de versos conmovedores y que presagian su propio final:

Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria...
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías...
Allá dirán

Alfonsina Storni
Nació en Sala Capriasca (cantón suizo del Ticino) el 22 de mayo de 1892.
A los cuatro años se trasladó con sus padres a Argentina. Vivió en Santa Fe,
Rosario y Buenos Aires. Terminó su vida suicidandose ahogada en la playa
de la Perla en el mar de Plata el 25 de octubre de 1938.

Alfonsina Storni está en ese intermedio epocal y estético que a veces ha
querido verse como simple acotación entre dos ismos: el modernismo y la
vanguardia. Pero el postmodernismo no sólo hizo fundaciones, sino que
apresó, en medio de sus rechazos, mucho de lo que el modernismo daba
de turbulencia creadora a la vanguardia poética. En ese plazo histórico
crece cualitativa y cuantitativamente el discurso femenino con la certeza
de que la mujer no sólo es guardadora, sino individuo pensante. No es
extraño entonces que la voz femenina sea tan representativa a partir
de la década del 10 de nuestro siglo y que en la primera fila se destaque,
como iniciadora en la poesía, Alfonsina Storni, junto a Delmira Agustini,
Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral, Eugenia Vaz Ferreira,
Dulce María Loynaz.

En medio de las tensiones comunicativas y las propias íntimas,
Alfonsina debe buscar un ajuste, reacomodar la voz y colocarla en
una perspectiva del discurso. Entre esos movimientos reflexiona
críticamente y se autorreflexiona como en una subjetividad escindida,
es una manera de aparecer y encubrirse, de proyectar la imagen
infractora y mediatizarla. En su poesía este forcejeo se evidencia en
motivos reiterados como recursos tropológicos, tras los cuales se
califica al sujeto. Estos elementos connotan el transcurrir poético, los
pasos de su evolución, los tanteos del alma de aquella mujer que
había llorado una lágrima cuadrada y bebido la de la madre como
veneno de una ancestral resistencia ante el abuelo y el padre. Estos
motivos pertenecen al mundo sensorial del cuerpo y la naturaleza.


Publicó siete libros de poemas: La inquietud del rosal (1916), El dulce
diario (1918), Irremediablemente (1919), Languidez (1920), Ocre (1925),
Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla y trébol (1938), además una
Antología poética (1938) que contenía poesías inéditas y un libro de
poemas en prosa, Poemas de amor (1926)

GUY DE MAUPASSANT


GUY DE MAUPASSANT
Nacido en Francia en 1850. Infancia difícil con un padre violento y mujeriego y una madre neurótica. Heredó una enfermedad de origen venéreo que, posiblemente, le provocó al final de su vida la locura. Ese estado casi siempre relativo, escurridizo y fronterizo.
Fue expulsado de un colegio religioso por una poesía irreverente y su adolescencia fue muy movida, entre vagabundeos, borracheras, lecturas… Flaubert, amigo de la familia, le ayudó positivamente en su futura carrera como escritor.
En su juventud estuvo empleado en el ministerio de marina y no soportaba esa gris vida de funcionario
Gracias a la influencia de Flaubert consiguió colaboraciones en algunos periódicos y revistas, firmadas con seudónimo. En esa época escribió varias obras de teatro de carácter erótico. Ese aspecto de la vida le obsesionaba, quizás influenciado por su padre, y se dedicó a conquistas amorosas puramente sexuales de las que se enorgullecía. Frecuentó por igual a prostitutas y a damas de la alta sociedad y sus cuentos reflejan perfectamente esa dualidad de ambientes.
Su primer relato fue “Bola de sebo” en 1880, aparecido en el volumen de Las velas de Médan. Una especie de manifiesto del naturalismo, del que Maupassant pronto se despegó, trascendiéndolo. Sus relatos van mucho más allá de eso. El volumen estaba escrito por varios de los escritores que formaban el grupo Médan, presidido por Zola y al que solía asistir Huysmans, el famoso autor de “Al revés” citado como libro de cabecera de Dorian Gray, el protagonista de la novela de Oscar Wilde. Sin embargo en el grupo nadie esperaba nada de Maupassant.
En 1881 publicó su primer libro de relatos: “La casa Tellier”. Luego “Mademoiselle Fifi” en 1882, “Una vida” en 1883, “Cuentos del día y de la noche” y “Bel ami” en 1885, cuyo tema es el arribismo social. Después “Mont Oriol” de 1887 y “El horla”, “Pierre et Jean” de 1888, “Fuerte como la muerte” de 1889.
El éxito le proporcionó no sólo dinero sino nuevas y abundantes aventuras amorosas y el codearse con la buena sociedad. Realizó largos y solitarios viajes por Italia, África, Inglaterra…
En 1883 nació su primer hijo de una chica aguadora de uno de los balnearios que frecuentaba. Tuvo con ella otros dos más pero nunca los reconoció, aunque se ocupó de ellos monetariamente.
En sus últimos tiempos sus relatos reflejan más que nunca sus obsesiones: la muerte, en concreto el suicidio, lo invisible, lo angustioso y amenazante. Hablaba de Dios y los humanos no sólo de manera pesimista sino violenta. Esto se acentuó en un periodo solitario del que salió su relato “El miedo”.
En una sola noche de 1892 intentó tres veces cortarse el cuello con un cortaplumas, tras otro intento de suicidio con una pistola. Fue internado en una clínica psiquiátrica durante el último año de su vida, en la que pasó de periodos de inconsciencia a otros de violencia extrema y camisa de fuerza, y delirios paranoicos o de grandeza. Murió en 1893, a los 43 años.

Sus relatos
El clima emotivo de cualquiera de sus cuentos es asombroso porque, además de usar imágenes llenas de imaginación y sutileza, consigue crear la atmósfera en muy pocas frases. Su intensidad es portentosa y las situaciones mismas de sus cuentos poseen una originalidad y una potencia que se asemejan a las de Marcel Schwob (ver en otro número de revista).
En cuanto a la manera de enfocar lo extraordinario en la vida cotidiana (tema del libro de cuentos El Horla) es profunda, sutil y real. Real porque el enfoque está siempre en la persona que lo experimenta y, por tanto, remite indirectamente al misterio de la naturaleza, incluyendo el laberinto humano. Y esa es su objetividad, aunque parezca contradictorio, ya que lo real es la experiencia, sea ésta subjetiva o no. Es más, se deduce de sus relatos que lo objetivo es lo subjetivo, que lo único que existe es la experiencia personal, la percepción.
Y el misterio está en lo insólito, sea o no sea extraordinario. Por ejemplo en el Horla se habla de un ser invisible y desconocido (y por tanto nada que ver con muertos ni fantasmas), que entra en la vida del protagonista modificando su realidad y su vida cotidiana y mostrando así su irrupción.
En el relato “Aparición”, el deseo y motivo de la presencia de un fantasma (aquí sí se trata de eso) es que el humano que le ve le peine su larga cabellera, emergiendo un clima perturbador y sensual, que también apunta a la misteriosa costumbre de seres acuáticos como ondinas y sirenas de peinarse durante horas y horas, y de ahí a la rica simbología del pelo como fuente y expresión de la fuerza (no sólo física, sino como poder personal) y la sensibilidad.
En “Él” la visión es la de una figura que, de espaldas y sentado en su sillón, ha sustituido una noche al dueño de una casa, quien a partir de ese momento no puede quedarse solo porque el horror a lo “cercano desconocido” se ha instalado para siempre en su vida, haciéndole tomar la decisión de casarse.
En “Magnetismo” un hombre sueña un sueño apasionadamente erótico, acostándose con una conocida en la vigilia, a la que hasta entonces no ha prestado ninguna atención por resultarle indiferente. La fuerza de las sensaciones oníricas le empuja al día siguiente a visitarla y el encuentro entre los dos, nada más verse y como si los dos “supieran”, se transforma en una realización del sueño.
En “Loco” un juez empieza a justificar a los asesinos víctimas de sus sentencias, y de ahí pasa a justificar el asesinato como un instinto innato, y luego el deseo de ver correr la sangre por su mano se apodera de él. Pero lo más asombroso e inquietante es cómo se describen, en primera persona, las sensaciones de placer embriagadoras al contacto con la sangre y la exaltación como efecto transformador.
En “¿Quién sabe?” la historia es contada por su protagonista, recluido voluntariamente en un manicomio porque tiene miedo de enloquecer. Y es que su experiencia es la de ser testigo una noche, de regreso a su casa, del desfile de sus muebles huyendo llenos de vida de ella, y al día siguiente recibir en el hotel, donde ha decidido pasar la noche, la noticia del robo de todos sus objetos.
Todo está vivo, nada es lo que parece, lo insólito acecha tras lo cotidiano, lo absurdo reina sobre la lógica, mejor dicho tiene su propia lógica, la sensatez vive al borde de un abismo de locura o delirio, el corazón humano no tiene fondo, el motor de la vida es tan misterioso e inaccesible como la naturaleza de los deseos, la intensidad se reparte por igual entre los vivos y entre los muertos. La negrura reina y acecha sobrevolando la vida, tanto por oscura como por desconocida. La fragilidad es compañera del movimiento vital. El universo es insondable y la locura tan normal que eso es lo que la envuelve en miedo. La soledad está superpoblada y el aislamiento amenaza en medio de una multitudinaria fiesta. La muerte es tan consoladora como reveladora. Lo cotidiano tan insufrible como abismal. Ese es el universo de Maupassant.

Manuel Zarco

domingo, 3 de enero de 2010

LA FABRICA DE BOMBAS ATOMICAS


Mon oncle un fameux bricoleur faisait en amateur
Des bombes atomiques Des bombes atomiques
Sans avoir jamais rien appris c'était un vrai génie Sans avoir jamais rien appris c'était un vrai génie Question travaux pratiques Question travaux pratiques
Il s'enfermait toute la journée au fond de son atelier Il s'enfermait toute la journée au fond de son atelier/Pour faire des expériences Pour faire des expériences
Et le soir il rentrait chez nous et nous mettait en transe Et le soir il rentrait chez nous et nous mettait en transe/En nous racontant tout En nous racontant tout

Pour fabriquer une bombe A mes enfants croyez-moi Pour fabriquer une bombe A mes enfants croyez-moi/C'est vraiment de la tarte C'est vraiment de la tarte
La question du détonateur se résout en un quart d'heure La question du détonateur se résout en un quart d'heure/ C'est de celles qu'on écarte C'est de celles qu'on écarte
En ce qui concerne la bombe H c'est pas beaucoup plus vache En ce qui concerne la bombe H c'est pas beaucoup plus vache
Mais une chose me tourmente Mais une chose me tourmente
C'est que celles de ma fabrication n'ont qu'un rayon d'action C'est que celles de ma fabrication n'ont qu'un rayon d'action
De trois mètres cinquante De trois mètres cinquante
Y a quelque chose qui cloche là-dedans Y a quelque chose qui cloche là-dedans
J'y retourne immédiatement J'y retourne immédiatement

Il a bossé pendant des jours Il a bossé pendant des jours
Tâchant avec amour d'améliorer le modèle Tâchant avec amour d'améliorer le modèle
Quand il déjeunait avec nous Quand il déjeunait avec nous
Il avalait d'un coup sa soupe au vermicelle Il avalait d'un coup sa soupe au vermicelle
On voyait à son air féroce qu'il tombait sur un os On voyait à son air féroce qu'il tombait sur un os / Mais on n'osait rien dire Mais on n'osait rien dire
Et pis un soir pendant le repas v'là tonton qui soupire Et pis un soir pendant le repas v'là tonton qui soupire / Et qui s'écrie comme ça Et qui s'écrie comme ça

A mesure que je deviens vieux je m'en aperçois mieux A mesure que je deviens vieux je m'en aperçois Vieux / J'ai le cerveau qui flanche J'ai le cerveau qui flanche
Soyons sérieux disons le mot c'est même plus un cerveau Soyons sérieux disons le mot c'est même plus un cerveau / C'est comme de la sauce blanche C'est comme de la sauce Blanche / Voilà des mois et des années que j'essaye d'augmenter Voilà des mois et des années que j'essaye d'augmenter
La portée de ma bombe La portée de ma bombe
Et je n'me suis pas rendu compte que la seule chose qui compte Et je n'me suis pas rendu compte que la seule chose qui compte
C'est l'endroit où c'qu'elle tombe C'est l'endroit où c'qu'elle tombe
Y a quelque chose qui cloche là-dedans, Y a quelque chose qui cloche là-dedans,
J'y retourne immédiatement J'y retourne immédiatement

Sachant proche le résultat tous les grands chefs d'Etat Sachant proche le résultat tous les grands chefs d'Etat / Lui ont rendu visite Lui ont rendu visite
Il les reçut et s'excusa de ce que sa cagna Il les reçut et s'excusa de ce que sa cagna
Etait aussi petite Etait aussi petite / Mais sitôt qu'ils sont tous entrés il les a enfermés Mais sitôt qu'ils sont tous entrés il les a enfermés / En disant soyez sages En disant soyez sages
Et, quand la bombe a explosé de tous ces personnages Et, quand la bombe a explosé de tous ces personajes / Il n'en est rien resté Il n'en est rien resté

Tonton devant ce résultat ne se dégonfla pas Tonton devant ce résultat ne se dégonfla pas / Et joua les andouilles Et joua les andouilles
Au Tribunal on l'a traîné et devant les jurés Au Tribunal on l'a traîné et devant les jurés / Le voilà qui bafouille Le voilà qui bafouille
Messieurs c'est un hasard affreux mais je jure devant Dieu Messieurs c'est un hasard affreux mais je jure devant Dieu / En mon âme et conscience En mon âme et consciente / Qu'en détruisant tous ces tordus je suis bien convaincu Qu'en détruisant tous ces tordus je suis bien convaincu / D'avoir servi la France D'avoir servi la France

On était dans l'embarras On était dans l'embarras / Alors on le condamna et puis on l'amnistia Alors on le condamna et puis on l'amnistia
Et le pays reconnaissant Et le pays reconnaissant / L'élu immédiatement L'élu immédiatement / Chef du gouvernement Chef du gouvernement

LA FABRICA DE BOMBAS ATOMICAS



Mi tío era un famoso aficionado a las bombas atómicas bombas atómicas
Sin haber estudiado nada, por lo que fue un verdadero genio, sin haber…
Preguntandose, haciendo trabajos prácticos
Se encerró durante todo el día en las profundidades de su estudio, se encerró durante todo el día en las profundidades de su estudio
Para experimentar su experimento
Y a la noche volvió a casa con nosotros y nos puso en un trance y la noche volvió a casa con nosotros y nos puso en un trance diciéndonos a todos

Para hacer una bomba a mis hijos confíen en mí, para hacer una bomba, hijos creeanme
Realmente es como un pastel
La cuestión del detonador se resuelve en un cuarto de hora, Se elimina a uno de ellos
En cuanto a la bomba H no es mucho más que una vaca
Pero hay una cosa que me preocupa, Porque sólo pude hacer en mi proceso de fabricación que cuente con radio de acción de tres metros con cincuenta
Hay algo mal, hay algo que no funciona
Regresé de inmediato, volví de inmediato

Pasó días y días con amor, tratando de mejorar el modelo
Un día almorzando con nosotros, Se tragó de repente su sopa de fideos
Vimos que cayó sobre un hueso / Pero nadie se atrevió a decir nada, pero nadie se atrevió a decir nada / Y luego, una noche durante la cena suspiró
Y lloraba y gritaba

A medida que me hago mayor me doy cuenta que el cerebro me falla es mi cerebro que se tambalea / Digamos que la palabra es el cerebro aún más
Es como la salsa blanca es como la salsa blanca
Durante meses y años trato de aumentar El alcance de mi bomba El alcance de mi bomba / Y yo no soy consciente de que es lo único que me importa
Aquí es donde está falla Hay algo que no existe, hay algo mal allí,
Regresé de inmediato volví de inmediato

Teniendo en cuenta el resultado hice mirar de cerca a todos los jefes de Estado
Lo visitaron, los recibió y se disculpó porque se metió en su refugio subterráneo
Que era muy pequeño para todos
Ni bien entró en el bloqueó todas las puertas

Y cuando la bomba explotó en todos estos personajes y cuando la bomba explotó en todos estos personajes
No quedó nada No quedó nada

este resultado no se esperaba
fue arrastrado hasta El Tribunal y ante el jurado y la Corte ha explicado
Allí va tartamudeando
Señores: fue un accidente terrible, pero juro por Dios, que fue una coincidencia horrible, pero juro por Dios
En mi alma y conciencia, en mi alma y conciencia
Al destruir todos estos jefes Estoy convencido de que mediante la destrucción de todos estos Estoy convencido de De haber servido a Francia de haber servido a Francia
Estábamos en problemas, estaba en un dilema
Entonces fue condenado y luego perdonado por lo que fue condenado y luego perdonado Y el país lo reconoció de inmediato, de inmediato
Y lo eligió Jefe de gobierno Jefe de gobierno

POBREZA, por Martín Caparrós

La palabra no es 'pobreza'
Marcada por 200 millones de personas ancladas en la miseria, la economía del continente no ha conseguido superar el peso de obscenas desigualdades sociales.
Por MARTÍN CAPARRÓS | © BABELIA
Soy argentino: nací en un país que nunca creyó que fuera parte de América Latina hasta que, hace unos años, en medio de la peor crisis de su historia, empezó a aceptar que lo era. No fue, para nosotros, un hallazgo feliz.
Quizá no debería decirlo, pero para los argentinos empezar a ser latinoamericanos fue dejar de pensarnos como una sociedad con un Estado muy presente, buena salud y educación públicas, cierta capacidad industrial, infraestructura de servicios eficiente, mercado interno suficiente, cierta cultura, clase media cuantiosa y una desigualdad moderada en los ingresos. Y descubrirnos como una sociedad desregulada salvaje, exportadora de materias primas, sin garantías estatales de bienestar, con violencia creciente, educación escasa y una extrema polarización de clase: ricos muy ricos y pobres bien pobres. Muchos pobres, cada vez más pobres. Ése fue el precio de empezar a llamarnos latinoamericanos: nadie querría pagarlo.
—O sea que para usted decir latinoamericano es algo así como un insulto, mi querido.
—Yo no diría un insulto, licenciado. Más bien una tristeza suave, o a veces una rabia.
En general, cuando un habitante del Occidente más o menos rico piensa en Latinoamérica imagina, antes que nada, recursos naturales, selvas vírgenes, mujeres y hombres menos, músicas dulzonas, imaginación desenfrenada. Y, justo después, se detiene en la Sagrada Trinidad Sudaca: violencia, corrupción, pobreza. No disimulen, primos gallegos, catalanes, vascos: ustedes también piensan en eso. Y nosotros: uno de los deportes clásicos en cualquier encuentro de latinoamericanos de acentos variopintos es el Campeonato del Peor: quién tiene en su país más corrupción, mayor violencia, más pobreza. Lo cual nunca se resuelve -los sudacas somos orgullosos- y entonces podemos pasar a la etapa siguiente y postular que las tres están perfectamente ligadas: que la violencia es un producto de la exclusión creada por la pobreza y profundizada por la corrupción de los poderosos -o algo así. Pero que no sabemos, claro, cómo salir del círculo vicioso.
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Ciudad del Este es el triunfo de lo falso. Las calles y los puestos y los locales rebosan de falsificaciones mayormente chinas: las zapatillas falsas, por supuesto, y los falsos perfumes franceses y las lacostes tan falsas como una descripción y las pilas y pilitas falsas y las falsas camisetas de fútbol y los bolsos Vuitton o Mandarina perfectamente falsos y los encendedores y los relojes y los licores y los remedios falsos: aquí lo único verdadero es la falsificación. Alguien trata de convencerme de que fabrican falsas hamacas paraguayas pero no sabe explicarme cómo se logra ese portento. Entonces otro me cuenta que, a la noche, todo se llena de falsas mujeres que son, en verdad, nenas -y me impresiona un poco tanto esmero.
Hace calor. Por las calles atestadas de vendedores y compradores -en Ciudad del Este no hay más categorías posibles- cruzan chicos cargados de cajas y más cajas, muchachos que tratan de venderme un cortapelos, chicas que me ofrecen estampitas de vírgenes, y el polvo se mete en todas partes y los gritos se meten y el olor de tantos sudores combinados. Ciudad del Este es sudaca sin velos y, en medio de todo eso, una tienda enorme elegantísima la convierte en metáfora boba de América Latina. Entre el olor y el polvo y esos gritos, el edificio de vidrios y de acero: la Monalisa es un duty free de aeropuerto con perfumes relojes lapiceras maquillaje maletas de las marcas correctas y lo atienden las chicas más correctas y hay poca gente y hay silencio y el aire es fresco muy correcto y, en el sótano, para mi gran sorpresa, aparece la mejor bodega al sur del río Bravo: esos grandes vinos franceses que aquí no bebe nadie, nada por menos de cien dólares. El caos, los vivillos, las falsificaciones, la pobreza activada rodeando el lujo más abstruso. Ciudad del Este, ex Puerto Stroessner, Paraguay, Triple Frontera, es un curso exprés perfecto sobre Latinoamérica.
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Mucho más que la pobreza, esa miseria: la diferencia obscena.
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Aunque en los últimos años la economía de Latinoamérica ha crecido un poco, en cifras de ministerios y bancos internacionales; el continente tiene, además, un tercio de las aguas limpias del mundo, las mayores reservas de petróleo, cantidad de minerales, plantaciones, tierras, poca gente. Hubo milagros chilenos, peruanos, casi colombianos, incluso mexicanos y por supuesto brasileños. Pero la economía latinoamericana sigue marcada por su dependencia de los mercados internacionales -el continente es más que nada un productor de materias primas o, como se dice ahora, de commodities- y, sobre todo, por aquello que llaman la pobreza: 200 millones de personas -dos de cada cinco- que no comen todo lo que deberían.
—Uy, ustedes los sudacas no paran de hablar de su pobreza. ¿Será para tanto?
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Es difícil imaginar la realidad de la pobreza desde las calles de una ciudad rica. Creo que recién lo entendí hace unos años, cuando fui a un campamento del movimiento de campesinos Sin Tierra brasileño, en medio del Amazonas. Los ocupas rurales me alojaron en la choza de una mujer de 30 años que no estaba allí -y se llamaba Gorette. Aquella noche, imperdonable, espié sus posesiones: en su choza había una cocina de barro, un machete, 4 platos de lata, 3 vasos, 5 cucharas, 2 cacerolas de latón, 2 hamacas de red, las paredes de palos, el techo de palma, un tacho con agua, 3 latas de leche en polvo con azúcar, sal y leche en polvo, una lata de aceite con aceite, 2 latas de aceite vacías, 3 toallitas, una caja de cartón con 10 prendas de ropa, 2 almanaques de propaganda con paisajes, un pedazo de espejo, 2 cepillos de dientes, un cucharón de palo, media bolsa de arroz, una radio que no captaba casi nada, 2 diarios del Movimiento, el cuaderno de la escuela, un candil de kerosén, tres troncos para sentarse, un balde de plástico para traer agua del pozo, una palangana de plástico para lavar los platos y una muñeca de trapo morochona, con vestido rojo y rara cofia. Eso era todo lo que Gorette tenía en el mundo -y digo todo: exactamente todo y nada más. Aquella noche empecé a entender qué era la pobreza. O lo supuse.
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Porque después me pareció que la palabra pobreza no servía para describir las sociedades latinoamericanas. Pobreza es una palabra demasiado amplia: describe, suponemos, la condición de los que tienen casi nada. Gorette, por ejemplo: su austeridad extrema era la norma en aquel campamento de campesinos que habían decidido ir a buscar sus vidas al medio de la selva; ninguno de sus vecinos y compañeros tenía mucho más. Pero es un caso cada vez menos frecuente: en América Latina, la mayoría de los pobres vive en asentamientos precarios alrededor o dentro de las grandes ciudades, o sea: enfrentados al martilleo constante de que otros sí tienen todo lo que ellos no. Lo cual, a falta de mejor palabra, querría llamar miseria.
No es lo que dice la Academia: en su diccionario, miseria figura como "estrechez, falta de lo necesario para el sustento o para otra cosa, pobreza extremada". Pero lo que llamo miseria es la desigualdad brutal, concentrada en un mismo territorio, y sus efectos de enchastre y de violencia: la humillación constante. La pobreza latinoamericana no suele aparecer en un contexto de carencia, de imposibilidad: no un desierto sudanés, no un pantano bengalí. Son villeros o pobladores o favelados junto al barrio caro pomposo custodiado: pobreza con escándalo de despilfarro cerca. La pobreza común es dura pero crea vínculos, redes, tejidos sociales; la miseria de la desigualdad los rompe, deshace cualquier intento de construcción compartida. El diezmo más rico de los latinoamericanos gana más de 30 veces más que el más pobre; en España, por ejemplo, la proporción ronda el 10 a 1. La esperanza de vida de mis vecinos de Buenos Aires es de 76 años; los habitantes del Chaco, una provincia de este norte, se mueren -en promedio- a los 69. O sea: un porteño vive un 10% más que un chaqueño -y la proporción es parecida si se comparan habitantes de San Pablo y Alagoas en Brasil, o Lima y Cuzco en Perú. Muchas otras cifras podrían decir lo mismo: pedestre, suelo creer que nada es más decisivo que vivir o no.
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Digo: miseria. Una sociedad que produce el triple de los alimentos que precisa -pero uno de cada seis chicos sigue desnutrido. O, dicho de otro modo: aquella bodega con sus Château Mouton-Rothschild en medio de la selva de chiringuitos falsos. Eso es, ahora, todavía, América Latina. Y así nos sigue yendo. [Martín Caparrós, Buenos Aires, 1957. Autor de Una luna (Anagrama, 2009]