el fundador: JULIAN AXAT
el jefe: MARIANO MAFFIA
el bicho: RODOLFO SECCO
el negro: GABRIEL SAGASTUME
columna de arte: ANONIMO

Buscar este blog

martes, 10 de junio de 2014

JOSEPH ROTH y STING

En sus recuerdos de Joseph Roth el cineasta húngaro Géza von Cziffra lo llama “el santo bebedor” en alusión al título de uno de los libros del escritor (La leyenda del santo bebedor), quien tenía la capacidad de volverse entrañable en lo personal a pesar de su alcoholismo y su mitomanía. Casi siempre un alcohólico resulta desagradable por su impertinencia y el egoísmo característico de estos enfermos, y un mitómano, aunque pueda muchas veces ser un verdadero poeta de la mentira, produce también rechazo lo cual es realmente algo hipócrita si se toma en cuenta que toda sociedad es mitómana colectiva por naturaleza. Sin embargo, todos los conocidos de Roth quienes escribieron memoriales en torno a su persona resaltan sus virtudes —la generosidad, la ironía, la inteligencia mostrada ya fuera sobrio o borracho— y descartan sus manías o extravagancias. Joseph Roth, el judío quien se había convertido al catolicismo y era un miembro conspicuo del movimiento legitimista que aspiraba a restaurar en Austria el imperio de los Habsburgo, era visto por muchos de sus contemporáneos como un excéntrico por esta postura a la cual le fue fiel en los últimos años de su vida. Y el escritor se volvió un conjurado. Como muchos exilados políticos soñaba con la caída del régimen execrable —para él la propia democracia por ser un sistema impotente para evitar el ascenso de los nazis y la anexión de su amada Austria al Tercer Reich— y participaba en conspiraciones de café para la restauración de la monarquía en su país de adopción al cual amaba ciertamente con locura y si bien había sido oficial del Ejército austrohúngaro se inventaba historias y hazañas más que por presunción falsa, para demostrar de esa manera la enormidad de su amor delirante. Pero una vez, deprimido ante las noticias que auguraban la anexión de Austria ante el avance de los nazis y como si presintiera ya el paseo triunfal de Hitler por las calles de Viena, Joseph Roth se derrumbó, por sentir la fuerza de los acontecimientos semejante a una corriente impetuosa que todo lo arrasa, convertida la historia en un huracán destructor. Entonces, como expresión de una impotencia plena y con el tono lastimero de un salmo antiguo el escritor dijo que si el buen Dios lo hubiera destinado para algo grande le habría dado otro cuerpo sin piernas hinchadas, otra cabeza sin la ceguera temporal que lo arrinconaba en habitaciones oscuras, pues si era una piltrafa: ¿cómo podía luchar? “¿Cómo un inválido puede ayudar al Káiser a reestablecer sus derechos?”. Con esas palabras, convirtió la bebida en un destino, su condición en una fatalidad y al resignarse a ello, se entregó a un dolor profundo impuesto a la existencia como la marca injusta e inevitable de los perdedores. Y luego Joseph Roth lloró en silencio durante un largo rato. El testigo de ello, von Czifrra dice que el hombre limpió finalmente sus últimas lágrimas, pidió un cognac doble y se fue a otra mesa, con otros comensales, pues estaban en un café.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nos interesan tus opiniones, sugerencias o lo que tengas ganas de decir