Este es un rincón donde la literatura y la música se encuentran. Como buzos en el fondo del mar, buscaremos perlas literarias escondidas y las traeremos a la superficie para que podamos disfrutarlas juntos.
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el fundador: JULIAN AXAT el jefe: MARIANO MAFFIA el bicho: RODOLFO SECCO el negro: GABRIEL SAGASTUME columna de arte: ANONIMO
En el programa del 23 de junio de 2014 hablamos de un escritor "nuevo" para los que hablamos y leemos en castellano, el norteamericano STEPHEN DIXON. de gran trayectoria y extensa carrera literaria con más de 40 obras publicadas, recién ahora se lo traduce y se lo publica en nuestro idioma. De él hablamos y contamos algo de sus cuentos y novelas y para compañar escuchamos a algunos maestros del blues: Hendrix y BB King en un concierto increíble, y Steve Ray Vaughan haciendo malabares con la guitarra.
En sus recuerdos de Joseph Roth el cineasta húngaro Géza von Cziffra lo llama “el santo bebedor” en alusión al título de uno de los libros del escritor (La leyenda del santo bebedor), quien tenía la capacidad de volverse entrañable en lo personal a pesar de su alcoholismo y su mitomanía.
Casi siempre un alcohólico resulta desagradable por su impertinencia y el egoísmo característico de estos enfermos, y un mitómano, aunque pueda muchas veces ser un verdadero poeta de la mentira, produce también rechazo lo cual es realmente algo hipócrita si se toma en cuenta que toda sociedad es mitómana colectiva por naturaleza.
Sin embargo, todos los conocidos de Roth quienes escribieron memoriales en torno a su persona resaltan sus virtudes —la generosidad, la ironía, la inteligencia mostrada ya fuera sobrio o borracho— y descartan sus manías o extravagancias.
Joseph Roth, el judío quien se había convertido al catolicismo y era un miembro conspicuo del movimiento legitimista que aspiraba a restaurar en Austria el imperio de los Habsburgo, era visto por muchos de sus contemporáneos como un excéntrico por esta postura a la cual le fue fiel en los últimos años de su vida.
Y el escritor se volvió un conjurado. Como muchos exilados políticos soñaba con la caída del régimen execrable —para él la propia democracia por ser un sistema impotente para evitar el ascenso de los nazis y la anexión de su amada Austria al Tercer Reich— y participaba en conspiraciones de café para la restauración de la monarquía en su país de adopción al cual amaba ciertamente con locura y si bien había sido oficial del Ejército austrohúngaro se inventaba historias y hazañas más que por presunción falsa, para demostrar de esa manera la enormidad de su amor delirante.
Pero una vez, deprimido ante las noticias que auguraban la anexión de Austria ante el avance de los nazis y como si presintiera ya el paseo triunfal de Hitler por las calles de Viena, Joseph Roth se derrumbó, por sentir la fuerza de los acontecimientos semejante a una corriente impetuosa que todo lo arrasa, convertida la historia en un huracán destructor.
Entonces, como expresión de una impotencia plena y con el tono lastimero de un salmo antiguo el escritor dijo que si el buen Dios lo hubiera destinado para algo grande le habría dado otro cuerpo sin piernas hinchadas, otra cabeza sin la ceguera temporal que lo arrinconaba en habitaciones oscuras, pues si era una piltrafa: ¿cómo podía luchar? “¿Cómo un inválido puede ayudar al Káiser a reestablecer sus derechos?”.
Con esas palabras, convirtió la bebida en un destino, su condición en una fatalidad y al resignarse a ello, se entregó a un dolor profundo impuesto a la existencia como la marca injusta e inevitable de los perdedores.
Y luego Joseph Roth lloró en silencio durante un largo rato. El testigo de ello, von Czifrra dice que el hombre limpió finalmente sus últimas lágrimas, pidió un cognac doble y se fue a otra mesa, con otros comensales, pues estaban en un café.
miércoles, 4 de junio de 2014
John Banville es un novelista irlandés, "uno de los grandes talentos de la lengua inglesa", Premio Booker 2005. Escribe también novela negra bajo el seudónimo de Benjamin Black. Nacido el 8 de diciembre de 1945 en Wexford, Irlanda, ha recibido hoy el Príncipe de Asturias.
"...mi mayor ambición sería escribir una novela negra sin crimen..." Gracia a él Marlowe despertó del sueño eterno.
El señor Philip Roth se despide, sí el más ejemplar
de los narradores, según dicen, deja de escribir, confimó su decisión de 2012
de dejar la literatura. El anuncio fue hecho por el propio autor a la revista
francesa Les Inrockptibles, "se acabó, Némesis ha sido mi último libro" declaró.
A los 79 años confesó que es consciente de que se le
acaba el tiempo, razón por la cual solo relee sus novelas favoritas.
Entre los años cincuenta y sesenta, un nuevo grupo de
novelista norteamericanos tomó el mando de la famosa “generación perdida”, Saul
Bellow, Bernard Malamud, Norman Mailer, todos de procedencia judía. El más joven
era un tal Philip Roth, el único no judío era John Updike.
Philip debutó a los veintiséis años con un libro de
relatos que obtuvo uno de los más prestigiosos premios americanos, el National
Book Award, sin embargo, el éxito le llegó con “El lamento de Portnoy” cuya
audacia sexual llamó inmediatamente la atención, transformándose en un
provocador, un niño terrible.
En los noventa la esposa de Roth, la actriz Claire
Bloom de la que luego se divorció, publicó un libro bastante
negativo respecto de su exesposo,
aunque sin casualidad alguna al año siguiente el escritor inicia una serie de
novelas que se cuentan por obras maestras. La primera un juego erótico titulado
“El teatro de Sabbath” con la cual obtuvo por segunda vez el National Book
Award y bien distintos de los juegos sexuales de sus primeras obras de éxito,
abrió una etapa que pudo llamarse universalista por los críticos, donde el
mundo más bien cerrado de los judíos americanos de los primeros tiempos se abre
y expande convirtiéndose en un interés por el sentido profundo de la existencia
humana en general.
Ahí se inicia la llamada Trilogía americana
con una novela portentosa, acaso la mejor de las suyas, Pastoral
americana. El retrato de ese personaje, el Sueco, netamente american
way of life, de vida satisfactoriamente ordenada gracias a su voluntad de
trabajo y esfuerzo personal, que se enfrenta al desconcierto absoluto ante la
actitud de la siguiente generación representada por su provocadora hija; es un
monumento al amor y el dolor y a la incomprensión del mundo. Y en el resto de las novelas que siguen a partir de ese momento no hay un sólo desmayo: es un
escritor en plenitud de facultades haciéndose las grandes preguntas de la
existencia.
Hasta que
llegamos a la serie de novelas cortas que tienen su origen emocional en un
libro anterior: Patrimonio, un texto impresionante sobre el fin de su
padre y, sobre todo, un texto sobra la muerte. Desde Sale el espectro,
la muerte adquiere una importancia capital en el escritor; no porque se dedique
a escribir específicamente sobre ella sino porque empieza a reconocer su propia
extinción. A partir de ahora, no volverá a escribir una novela larga, como si
el cansancio hiciera mella en él, como si ya no pudiera disponer del aliento
que le llevó a firmar sus últimas obras maestras. Entonces se dedica a la
novela corta, pero el genio es el genio. Salvo un par de ellas, vuelven a ser
obras maestras: Indignación, La humillación o Némesis poseen la
maravillosa fuerza expresiva de sus mejores obras y prolongan ese fascinante
bucear en la condición y la dignidad humana.
A partir de
estas últimas, Philip Roth parece escribir contra el tiempo, parece escribir
para no morir, para alejar a la muerte, en un esfuerzo final que le hace dar lo
más depurado y decantado de su escritura. Por ello, como escritor es un hombre
ejemplar; por eso mismo el anuncio de su despedida es tan emocionante.
Philip Roth ha llegado al tramo final
y entrega la pluma. Quizá sea también el último de los grandes, el más ejemplar
de los narradores.