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martes, 16 de febrero de 2010

instrucciones para construir una isla. Julián Axat



JULIAN AXAT

Instrucciones para construir una Isla

“Tarde o temprano todos buscamos salir del cotidiano opresivo, para que los demás ingresen al nuevo jardín y entiendan la forma de nuestra felicidad”
Michelle Houellebecq
La posibilidad de una Isla



A Mariano Maffia y al Bicho Secco-


“Hay un fantasma que recorre los pasillos de las oficinas, ese fantasma es el de los hacedores de islas…”. Las islas existen. Quizás sean imperceptibles para algunos. No para otros. Estos últimos suelen disfrutarlas con ese placer de sentirse a gusto con los logros obtenidos a través de la propia modestia. Claro, después de tanto tiempo de elaboración y esfuerzo, no hay otra posibilidad que la de recostarse en ese lecho de laureles y flores; y descansar, descansar de toda esa abulia generada por miles y miles de papeles cosidos con piolín, hojas membretes, uso oficial, firma y sello, su despacho, será justicia, me dirijo a usted, que vengo por el presente, etc., etc. Si tenemos que describir las características de una isla y compararla, hacer metáfora para entendernos mejor; yo diría que una isla es como un respirador artificial para evitar la asfixia (perdón Piglia), un oasis en el desierto (metáfora gastada si las hay), un claro en la tormenta o un páramo en el medio de la ciénaga. El problema no es definir una isla, sino construirla, darle vida y mantenerla. Ya lo adelanté en un principio, para eso se necesitará tiempo (factor cronológico), luego candor (factor estoicismo) A nosotros nos interesará construir una isla en un ámbito específico; no en cualquier ámbito. La Justicia. Sí, escuchó bien: dar a cada uno lo suyo (juistitia est sum cicue tribure). Ahora bien, el Poder Judicial es un espacio demasiado abarcativo, habrá que reducirlo un poco, no vaya a ser que generalicemos tanto que después recibamos la queja de nuestros aficionados a las islas que no se puede transpolar estas instrucciones a otros lares. Entonces, ahora sí, hablando más específicamente, nos dirigimos a una sección de ese ámbito: el Fuero Penal, la Justicia Penal. Allí donde el día a día consiste en robarle la única dignidad que les queda a los pobres, allí donde el valor del papel con el que se hace y cose un expediente tiene un costo mayor que el de la persona que figura en nombrada la carátula. Pero mejor no nos pongamos en moralistas, eso sería matar con prejuicios estas instrucciones. Tratemos de ponerle un punto final a este asunto con una declaración de principios que nos sirva para clausurar posiciones de entrada: somos abolicionistas, pero preferiblemente que no se note esto de “istas”. Que lo sepan sólo aquellos que lean estas instrucciones (en adelante nuestros cómplices). Declaro: si fuera por nosotros, haríamos volar en pedazos todo el sistema penal, una bomba de tiempo estaría bien (con efecto retardo, así podemos escapar nosotros), y que vuelen como ratas, con sus togas, floripondios y armiños, una pira de expedientes y nosotros saltando alrededor de la hoguera. Ya está, dije lo que tenía que decir, descargué todo el contenido subversivo de mi conciencia tribunalicia. Ahora volvamos a lo nuestro, a nuestra isla: uno tiene que estar dispuesto desde un principio a que lo vapuleen de aquí para allá, Sr. Fulano, tráigame esto, Sr. Mengano aquello, venga para acá, lleve, sostenga, cebe, atienda, despache, anote, releve, confronte. Como siempre, los lacayos y siervos son la polea del sistema, digamos, nada funciona sin ellos. Ya es tema bastante trillado: los mayores monstruos del siglo XX, son esos personajes anodinos, indiferentes y buenos padres de familia, grises de rostro, engominados, de saco y corbata, perdidos en algún lugar de la administración, que hacen circular la cadena de pases y contrapases que llevará finalmente a miles de personas a una Cámara de Gas. Cuando alguno de ellos interrumpe su función, una huelga, una carpeta médica, reunión de padres en el colegio; el sistema se bloquea, habrá entonces un palo en la rueda para sacar de inmediato, todo debe volver a la normalidad. Para ello el sistema tiene preparado un montón de instrumentos de sutil amedrentamiento: Sr. Fulano, sus vacaciones, las recuerda…
Sólo las islas pueden rescatarnos de este problema. Pero ahora que lo pienso mejor, trataré de ser más didáctico y elaborar las instrucciones recurriendo a la anécdota de mi amigo Bermúdez, un experto constructor de islas, una suerte de alter ego que cumple las reglas a pie de juntillas, cabe decir, mejor que yo. Y ya que estamos hablando de los monstruos burocráticos, porqué no aprovechamos la jerga Kafkiana –que siempre viene bien y está a mano de los literatos de turno como uno–, para llamar al Sr. Bermúdez de otro modo, pongamos así: el Sr. B…. Comencemos entonces nuestra anécdota. El Sr. B… ingresa al Poder Judicial cuando tiene la edad de 20 años, necesita trabajar, tiene hijos, mujer, etc. Desde ya que ingresa por la puerta trasera, como siempre habrá por allí un amigo, un primo, un papá, etc. La Cossa Nostra tiene sus códigos, sus influencias; te invito a pertenecer… dice un miembro de la familia judicial (pongamos para el caso un amigo del Sr. B…). Pero eso sí: nunca nos cuestiones… Si aceptas las reglas, si querés entrar, entonces: omertá (esto último lo agregamos nosotros para darle un cariz más académico a la cosa). Nuestro Sr. B… no cuestiona, acata, su amigo lo invita a ser cómplice y él elige. Veamos más de cerca el discursete que le hace su amigo antes de ingresar al escalafón: Acá nada de revoluciones, ni de infidelidades. Honrar el cargo señor… trato hecho, ahora es parte de la familia judicial, la paz de espiritual de obtener mensualmente pan para tu boca y los tuyos, la tasa de justicia, la feria… Además cumplirás con tu deber, ese es un goce... Tu deber. El trabajo no deshonra, ennoblece, la vida es un deber, compañero judicial. Entra, siéntate, son seis horas apenas: cose expedientes, escribe, atiende... Pero eso sí, nada de engañifas, ni simulaciones, ni sofisticaciones (?). ¡A trabajar!. Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa, los jefes te felicitarán, hay que ser serio, honesto y sin vicios. Ahora vete contento, a cumplir con tu deber, y luego vuelve a tu casa, y siéntete feliz. Pero vuelve mañana; y todos los días durante 25 años que siguen; durante los 9125 días que llegues a esa casa de Justicia, hasta obtener tu jubilación. Entonces en ese momento gozarás del sol; y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido tu deber!

Pero dejemos atrás esta perorata y analicemos un día en la vida de nuestro héroe. Observemos cómo el Sr. B…., a pesar del esfuerzo y el costo que tiene, se las ha ingeniado para respirar en ese mundo.


**********

Desde hace 30 años que el Sr. B… se levanta todas las mañanas a la misma hora. 6:25. Ni un minuto más ni un minuto menos. El día anterior no necesitará colocar el despertador ni pedirle a su mujer que lo despierte. Durante todos esos años la puntualidad con la que abre sus ojos ha sido la muestra suficiente de que su reloj biológico funciona, podemos decir, casi a la perfección. Si acaso se retrasa o se adelanta unos minutos, su cuerpo ya no será el mismo, estará toda la mañana regañándose por esa breve desprolijidad, por esa minucia del tiempo que pudo escapar a su ritual matutino. El Sr. B… se va incorporando lentamente, con suma meticulosidad, de forma tal de no despertar a la Sra. Z, va plegando el raso de las sábanas por la mitad, hasta que tiene todo su cuerpo fuera de la cama, entonces se sienta en un recodo y comienza a desperezarse. En ese breve instante ladea sus hombros para desentumecerlos y deja que su mente se suspenda, que ningún pensamiento interrumpa el placer de sentir el último resabio del sueño, si es que esa mañana recuerda haber soñado. Luego apoya los talones sobre la punta de las pantuflas que apenas se asoman debajo de la cama, y en ese movimiento las va arrastrando hasta calzarlas, se para y toma la robe de chambre que todas las noches la Sra. Z… se encarga de dejarle preparada en una silla a su lado. Se dirige hacia la cocina, al otro extremo del pasillo, donde carga agua de la canilla en la pava, con un fósforo enciende la hornalla y la deja calentando mientras retoma el pasillo para ingresar al baño. El Sr. B… se lava la cara mirándose en el espejo, es común que toda su cabellera, ya hace veinte años completamente blanca, se arremoline sobre la frente. Entonces toma un frasquito azulado que descansa sobre el botiquín y cuya etiqueta reza: Lord Cheseline, desenrosca la tapa y unta uno de sus dedos con el contenido, una sustancia fría y acuosa que al principio le estremece el cuero cabelludo, pero a medida que lo vaya esparciendo por la extensión de su cabeza, de forma que no queden a la vista grumos azules, se irá acostumbrando a esa sensación, hasta perderla del todo. Luego saca un peine del cajón con el que traza una línea perfecta desde la base de la nuca hasta la marca de la sien, justo sobre el perfil izquierdo. La línea está tan cerca de la oreja que resulta imperceptible. El pelo parece pegado, como relamido, brillante, sin separaciones entre filamentos, a cierta distancia podríamos jurar que el Sr. B… lleva pegada una hoja blanca sobre toda la superficie del cráneo. Cuando termina de peinarse levanta la tapa del inodoro y un largo chorro, que tiene calculado dura cincuenta segundos, a veces cincuenta dos, pocas veces un minuto; será el primer ruido seco de la mañana que el Sr. B… sabe en un descuido podría despertar a la Sra. Z… todavía durmiendo en la habitación al final del pasillo. Vuelve a la cocina, esta vez va arrastrando sus pantuflas por el camino, le divierte que los mosaicos estén tan lustrosos y que la Sra. Z… venga todos los días al mediodía y repase la limpieza de la casa que existe desde que sus hijos se hicieron grandes y se casaron. La pava apenas echa algo de vapor pero no silba. Apaga la hornalla, saca los pocillos y el frasco de café del aparador, agrega una cucharadita en cada uno y vierte el agua hirviendo con la delicadez suficiente para que no se derrame una gota por fuera. Los apoya uno por uno sobre la bandeja y regresa haciendo equilibrio, ahora sí caminando, hacia el final del pasillo. Ingresa en la habitación, deposita la bandeja en la mesita de luz que corresponde a su lado y levanta la persiana suavemente, hasta la mitad, sin que las maderas se entrechoquen y la cinta que se enrolla cruja de más. El Sr. B… acerca la comisura de los labios a la frente de su mujer y la besa, le susurra un entrecortado buen día. Ella de a poco va abriendo los ojos, mira a su esposo sonriente mientras con una mano le acomoda un filamento canoso que logró escaparse de esa masa reluciente, pegoteada y compacta que es su cabeza. Ya en la calle, el Sr. B… tiene matemáticamente calculados cada uno de los pasos que separan las doce cuadras de su casa hasta el trabajo. 438 pasos de medio metro cada uno, cuya duración por paso es de 5 segundos por minuto, los que multiplicados por 438 da un total de 2190 segundos; es decir 36 minutos exactos y cronometrados entre su casa y el viejo Edificio de Tribunales. Si el Sr. B… logra mantener esa distancia (medio metro), si logra sincronizar el tiempo (5 segundos por paso), se dará el placer de dar el paso 725 a las hora exacta de las 07:30, con un pié traspasando el umbral que separa el largo pasillo de la puerta de la mesa de entradas de su glorioso Juzgado en lo Criminal y Correccional nº 1, donde cumple la función de Oficial Primero. Si acaso, ese día se distrae en el camino, tropieza con alguna baldosa, si se cruza con alguien conocido obligado a detenerse por segundos, el día no será igual, el Sr. B… se mostrará al público con cara de perro toda la mañana. Esto lo reflexiona con su psicólogo los días miércoles por la tarde, arrojado en el diván, escuchemos que le dice nuestro héroe: “… Usted entenderá Licenciado, un desfasaje, una milésima de segundo que se escapa en esa rutina matutina y me asalta el horror, el pánico, todo el mundo se cae en pedazos, insulto a mis compañeros, a los abogados de la mesa de entradas, a mi mujer cuando vuelvo del trabajo; no sé qué hacer Licenciado, ¡dígame!, ¡porqué ocurre esto!...”. Por suerte, esos días en la vida del Sr. B… son una excepción; el paso 725 es comúnmente dado a la exacta hora 7:30 AM. Entonces irá a preparar un mate para los compañeros que vayan llegando. Primero aparece Tito, jefe de despacho que atiende la mesa de entradas; la Dra. W, la Secretaria, Manolete el oficial 6º y el resto de los practicantes Ad honorem. Por último y como es habitual, a eso de las 10:00 AM llega el DR. X, el SR. Juez. Podemos decir que el Sr. B… se divierte, entre mate y mate podemos encontrarlo displicente escribiendo despachos, ordena causas en los casilleros y hace chistes con los compañeros, vuelve a cebar unos mates, atiende con caballerosidad a los abogados que se presentan en la mesa de entradas, vuelve a cebar otros mates y pone sellos en los lugares menos ocurrentes de la hoja, modifica los caracteres de su firma todos los días. Cuando los guardias hacen llegar al preso, le hace sacar las esposas de inmediato, prepara la mejor silla del Juzgado y llama al empleado de la cocina para que se le sirva un café con tostadas. El intercambio de esa mañana es como siempre sumamente cordial, el Sr. Carlitos le habla de la vida carcelaria, del motín que están preparando, pide consejos sobre su causa al SR. B… quien le susurra por lo bajo la mejor estrategia para su defensa: … usted dígale a su defensor que tire una excarcelación en diez días, el resto me lo deja a mí que yo convenzo al Dr. X… la charla dura exactamente diez minutos, el Sr. B… hace pasar al SR. Carlitos al despacho de la DRa.. W, quien –como es su costumbre– le va a hacer rezar un padrenuestro para que el proceso termine pronto. Rato después, exactamente a las 10:00hs AM, el Sr. B. va a coser un expediente todo descuajeringado que acaba de ingresar desde la Fiscalía. Pero para un trabajo tan meticuloso, se dirigirá a la vieja Radio Ranser, sintonizada hace quince años en la única frecuencia: 91.7, la que justo a esa hora transmite el programa Collar de Perlas, conducido por tres jubilados del Poder Judicial quienes pasan revista de las anécdotas de aquellos años gloriosos en los que se hacían la rata en pleno horario de trabajo, para encontrarse en un cafecito a pocas cuadras y departir sobre fútbol, música y literatura. El SR. B… los conoce, la cultura de hacerse la rata viene de esa yunta. Pero esa mañana nuestro héroe ha decidido hacer buena letra y prefiere conservar la excusa que lleva correspondencia. A eso de las 11:00hs de la mañana, el Sr. B… le toca llevar una pila de expedientes para la firma al despacho del DR. X, quien desde el momento que lo ve entrar, y ya sabe que, como es habitual, le dejará los restos de un acertijo que nuestro Sr. B… le estuvo inventado esa mañana para que su señoría se quede meditando el resto de la tarde. Esa mañana el acertijo dice así: “camina en cuatro patas por la mañana, en dos al mediodía, en tres por la noche…”. El DR. X. levanta el papel con sus manos, lo mira a trasluz y se dirige a nuestro héroe como cansado: Usted es una persona brillante, con estas adivinanzas podría haber dado la vuelta al mundo haciéndose famoso… yo soy un Juez miserable e ignorante… que siempre escribo las mismas pavadas en mis sentencias. En eso el SR. B… lo interrumpe con gesto adulador: Disculpe su señoría, pero usted es un gran descifrador de enigmas, usted todavía tiene tiempo de ser un poeta… un gran humanista…El SR. B… sabe que está haciendo teatro, hay que elogiar a su señoría para que se agrande, para que se llene de orgullo de sí mismo. Hace veinte años que el Sr. B… aprendió que no hay mejor manera de conservar la alegría matutina que tirándole flores al amo, invitarlo a comer asados, llevarle el mejor vino, tratarlo de Dr., etc. Pero esa mañana el DR. X. tiene varias cosas para decirle: … Sabe una cosa Sr. B, usted es una persona cumplidora, honesta, a esta altura nadie puede decirle nada, yo sé muy bien, yo tengo mis confidentes, que hace muchos años usted me viene engañando, que engaña al sistema diciendo que trabaja y trabaja, pero en el fondo, ha utilizado este tiempo para nutrir su espíritu a cambio de una paga. Pero a mí no me importa Sr. B… usted me abre el Juzgado, usted se ríe, usted canta, usted ceba mate, usted usa la fotocopiadora para multiplicar sus poemas y hacerse la rata por media hora, y no me importa. Y sabe porqué no me importa, si usted me caería mal, usted estaría en la calle. Siga con su rutina Sr. B… como siempre me devanaré los sesos toda la tarde, pero mañana tendrá la respuesta a las 11:00hs AM. Cuando el Sr. B… sale, esta vez estará bastante confundido, pero seguirá con la rueda de mate como si nada hubiera pasado. Podemos decir a esta altura que todos los empleados de su Juzgado son sus alumnos, su antigüedad le da derecho adquirido a dar consejos de viejo Vizcacha. Tarde o temprano todos ellos serán especialistas en hacerse la rata y construir una Isla.


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Volvamos a las instrucciones para construir una isla. De acuerdo a las enseñanzas del Sr. B. podemos sacar las siguientes conclusiones. Primero, una Isla requiere: a) Hacernos los honestos y trabajadores. El SR. B… recomienda abrir el Juzgado en hora, atender gente, coser expedientes, etc. Que se note que uno pone el lomo; b) Cumplir la rutina a pié de juntillas. El SR. B… recomienda: cumplir los horarios (fundamental); c) Mostrarse sonriente y cebador de buenos mates. El SR. B… recomienda: cebarle mate al patrón y hacerle ricos asados, regado con buen vino. Estas tres premisas son la base del estoicismo que puede ser resumido en la frase: Hazte la fama y échate a dormir. Ahora bien, nadie dudaría del buen ejemplo dado por el SR. B… a sus adláteres, en esos lugares nadie pondría en duda la hipocresía. Ahora falta lo más importante de la Isla, aquello que no estaba previsto por el Sistema, lo segundo: a) Mientras que uno mueve las manos y copia clichés, el SR. B… nos recomienda: hay que poner la imaginación en otro lado, como pensar en la vida que transcurre afuera, escribir con la mente, leer un libro, escuchar música, escribir un cuento o poesía en pleno trabajo (este cuento es un ejemplo de ello), etc.; b) Meter un palo en la rueda. El SR. B… recomienda: convencer al Sr. Juez que tenga más piedad, que observe determinados puntos no previstos, hacerlo que se olvide o confundirlo con la narración de los hechos que juzga, desde ya, siempre: in pro del reo; c) hacerse la rata: calcular el horario en el que la oficina está más tranquila, y uno pueda pasar desapercibido, entonces, salir a tomar aire y tomar coffe por allí; d) el trabajo de conciencia. El SR. B… recomienda: adoctrinar a los ingresantes al sistema en el tema de las Islas. Nuestro entrañable personaje sueña que algún día ese mundo será un mar de islas interconectadas entre sí. Entonces, no será necesario cumplir con las premisas dadas en a), b) y c)

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Son las 13:30 hs. El SR. B. saludo a sus compañeros de trabajo, se despide en su despacho del SR. X y finalmente cierra la mesa de entradas. Cuando sale no tiene que contar sus pasos hasta su casa. Olvida la rutina que lo trae, el mundo es tan incierto como lo será el almuerzo que le prepare la Sra. Z a su regreso, los versos de la poesía que escribirá esa tarde o los amigos que lo visitarán esa noche. Vemos alejarse al Sr. B…, en su rostro podemos entrever una muesca en sus labios, es un gesto de felicidad.

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