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martes, 5 de mayo de 2015

seguimos con Javier Cercas

La velocidad de la luz
Un joven español, aprendiz de escritor, se traslada a una universidad americana para trabajar como profesor. Ahí conoce a un colega, Rodney Falk, con quien establece una relación de amistad. El joven intuye algo en su extraño amigo que lo atrae de manera imperiosa, un misterio que de momento se limita a la participación de éste en la guerra de Vietnam. En las conversaciones semanales que mantienen se nutre de las enseñanzas literarias del más veterano.
“dijo Rodney-. Todo el mundo mira la realidad, pero poca gente la ve. El artista no es el que vuelve visible lo invisible: eso sí que es romanticismo, aunque no de la peor especie; el artista es el que vuelve visible lo que ya es visible y todo el mundo mira y nadie puede o nadie sabe o nadie quiere ver. Es demasiado desagradable, a menudo es espantoso, y hay que tener los huevos bien puestos para verlo sin cerrar los ojos o sin echar a correr, porque quien lo ve se destruye o se vuelve loco. A menos, claro está, que tenga un escudo con que protegerse o que pueda hacer algo con lo que ve. –Rodney hizo una pausa y prosiguió- : Quiero decir que la gente normal padece o disfruta la realidad, pero no puede hacer nada con ella, mientras que el escritor sí puede, porque su oficio consiste en convertir la realidad en sentido, aunque ese sentido sea ilusorio: es decir, puede convertirla en belleza y esa belleza o ese sentido son su escudo”. (pág. 69).
Soldados de Salamina
“Desde allí, refugiado en un agujero, oía los ladridos de los perros y los disparos y las voces de los milicianos, que lo buscaban sabiendo que no podían perder mucho tiempo buscándolo, porque los franquistas les pisaban los talones. En algún momento mi padre oyó un ruido de ramas a su espalda, se dio la vuelta y vio a un miliciano que le miraba. Entonces se oyó un grito: ¿Está por ahí?” Mi padre contaba que el miliciano se quedó mirándole unos segundos y que luego, sin dejar de mirarle, gritó: “¡Por aquí no hay nadie!”, dio media vuelta y se fue”

 ¿Qué pasó por la mente de Miralles -o de un hombre como Miralles-, en esa hondonada boscosa de Collell, cuando miró al ideólogo fa-langista mojado por la lluvia e indefenso frente a su arma? ¿Por qué no disparó? Las respuestas a estas preguntas, finalmente universales, no son otra que la ambiciosa perspectiva del relato: los móviles que forman ese mecanismo extraño que maneja nuestras decisiones, lo que nos hace vivir (y morir), y lo que puede explicarnos tanto el lado sublime de la naturaleza humana como la más abyecta e inútil de todas.

Los héroes son sólo héroes cuando se mueren o cuando los matan. Y los héroes de verdad nacen en la guerra y mueren en la guerra. No hay héroes vivos, joven. Todos están muertos. Muertos, muertos, muertos...”


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